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Crónica | La China olímpica

La llama de la libertad no se ha apagado en el pueblo Uigur

La llama olímpica llega el sábado a Tíbet bajo la atenta mirada occidental. Pero desde ayer cruza el Turkestán Oriental, patria de los uigures, pueblo que sufre también una lenta pero inexorable colonización dirigida desde Beijing. El drama de los uigures es que son musulmanes y no veneran a un Dalai Lama viviente. Eso les ha condenado a la invisibilidad.

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Dan MARTIN France press

Protegida por controles policiales, la llama atravesó la mañana de ayer la ciudad de Urumqi, capital de Xinjiang, territorio del pueblo uigur también conocido como el Turquestán Oriental.

La gran mayoría de las 3.000 personas que asistieron a su paso pertenecen a la etnia han, mayoritaria en China. Los grandes ausentes eran los uigures, pueblo turcomano y musulmán originario de estas tierras.

El acceso a la Plaza del Pueblo de esta ciudad de dos millones de habitantes, de donde partió la llama olímpica tras un minuto de silencio por las víctimas del terremoto de Sichuán, estaba cerrado por detectores de metales y sacos terreros instalados por el Ejército.

«¡Viva China!», «¡Vivan los Juegos Olímpicos!», gritaba Zhao Yan, un empleado gubernamental, de la etnia han. Dominando el escenario, una inmensa bandera roja apelaba a las minorías étnicas a la unidad. Al lado, sobre un gran escenario, varios vídeos alardeaban del «perfecto entendimiento» entre las 47 minorías de Xinjiang.

La etnia mayoritaria, los uigur, reaccionó con una mezcla de indiferencia e indignación a la llegada de la llama, que recorrerá otras cuatro ciudades del Turkestán Oriental en los próximos tres días. «Esto es un gran show para China, pero no tiene ningún interés para nosotros, los uigures», comentaba Dolkun, un restaurador de Urumqi, la capital de este territorio en el que viven más de ocho millones de musulmanes.

Otros se mostraban perplejos. «Qué tiene que ver esto con nosotros. Son los Juegos Olímpicos de China», gritaba un comerciante. A su lado, su hija se agitaba nerviosa intentando hacerle callar. Y es que algunos uigures no lograban disimular su ira al ver cruza sus tierras a la llama olímpica, un símbolo de la dominación china, de la represión política y religiosa y de la discriminación que sufren a manos de Beijing.

La gran inquietud de la población uigur es la política de migración china, léase colonización han, que está chinizando lenta pero inexorablemente este país de desiertos y montañas, en el que algunos grupos siguen militando por la independencia del Turkestán Oriental, un pueblo que conoció una efímera existencia soberana con dos repúblicas en 1930 y 1949.

Colonización inexorable

«¿Quedará algo de la cultura uigur dentro de 20 o 30 años?», se preguntaba Musa, 22 años de edad, exprensándose con dificultad en chino mandarín.

«Cómo vamos entonces a apoyar los Juegos Olímpicos», añadía este joven.

«Los apoyaremos cuanto obtengamos más respeto como pueblo», respondía Dolkun, el restaurador, antes de añadir, fatalista: «El problema es que esto no ocurrirá nunca».

Consciente de este estado de opinión, el Gobierno de Beijing ha acentuado en los últimos meses el estado de excepción vigente en el enclave.

Uigures exiliados en el extranjero han denunciado que China ha efectuado en los últimos meses redadas masivas contra miles de «sospechosos», confiscando muchos pasaportes. China ha anunciado haber frustrado varios atentados contra las Olimpiadas, pero no ha dado detalles sobre estas supuestas operaciones o supuestos comandos desmantelados. Eso sí, mantiene la alerta ante eventuales amenazas de atentados islamistas.

En esta línea, el Gobierno títere regional ha instado a los uigures a permanecer en sus casas al paso de la llama en un intento de impedir protestas. En Urumqi, amenazó contra todo tipo de eslogan «que pueda suponer un insulto a la nación (china) o a villas vecinas».

La llama llegará hoy a Kashgar, capital histórica uigur, para arribar el jueves a Shihezi y a Changji, atravesando el corazón del Turkestán Oriental. Y de su olvidado pueblo.

 

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