Se acerca ya la fecha en la que el proyecto de consulta no vinculante -el matiz es importante- del Gobierno tripartito de la CAV puede naufragar en Gasteiz o, por el contrario, tomar aire suficiente para llegar hasta Madrid y estrellarse allí contra el paredón del Tribunal Constitucional.

En el primero de los casos, el Gobierno de Ibarretxe, accidentado en su propio terreno, se vería abocado a unas complicadas elecciones en las que tendría que resucitar el fantasma del españolismo que viene a asaltar la casa del padre y tratar al tiempo de vampirizar los votos ilegalizados de la izquierda abertzale (que en ese caso serían bien aceptados en sociedad. Paradojas de la democracia española).

En el supuesto de que la Ley de Consulta caiga en manos del máximo tribunal español y que de la mesa de su presidenta vaya directamente a la papelera, Ibarretxe tendría en sus manos la gestión de una victoria en casa y una derrota amañada en campo contrario. Un escenario, sin duda, apetecible que le permitiría aguantar la legislatura presente, hacer el paripé de una recogida de firmas el 25 de octubre y comparecer en las siguientes elecciones como el buen vasco apaleado por Madrid, dispuesto incluso a representar a quienes han sido expulsados del paraíso democrático cuyas reglas de juego él y los suyos nunca osarían incumplir (Urkullu dixit). Por supuesto, esa recogida de firmas se parecerá más a la cuestación de cualquiera de los organismos de la Iglesia que a un verdadero referéndum. Cuando hablan hacen referencias a Quebec y Escocia, pero luego actúan como las españolísimas «chicas de la Cruz Roja».

Después de todo, dos reflexiones. La primera: Llevo toda la vida firmando en pro de las mas diversas causas -importantes, unas y peregrinas las más- y les aseguro que nunca me han hecho ni puñetero caso.

La segunda: Tras las elecciones, el escenario al que nos conduce Ibarretxe es al de un nuevo pacto autonómico sobre las mismas bases que el actual. En definitiva, otro bluff.