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Raimundo Fitero

Otra muerte en directo

Morir ante una cámara que graba tus agonías debe ser, estadísticamente, algo bastante probable. En los últimos cinco años las industrias que fabrican las cámaras que nos vigilan son las que han crecido casi a la velocidad de las petroleras que invadieron Irak. Por lo tanto, ya no quedan besos furtivos, los amantes deben buscar los ángulos ciegos para poder explayarse en el lugar público y poco a poco todos vamos adquiriendo la certeza de que vivimos en una jaula como si fuéramos participantes involuntarios de un Gran Hermano global. A los más experimentados en la costumbre de vivir nos cuesta interiorizar esta situación, pero como además de las cámaras visibles, ocultas, camufladas, protegidas que colocan los Estados en nombre de la Seguridad de los intereses de la Propiedad Privada, el Orden y el Capital, los jóvenes han decidido, siguiendo las consignas consumistas, utilizar sus móviles para inmortalizar y difundir globalmente cualquier situación espontánea o creada que se les ocurra. Hay que salir de casa maquillado y no sobreactuar para no confundir con el lenguaje no verbal a los que te miran.

La vida no puede ser una exhibición constante e involuntaria. La muerte, esa cita con la oscuridad, merece el respeto de la privacidad, y no puede ser un material para el espectáculo. Corre por las pantallas no terrestres un vídeo de una cámara de seguridad de un hospital de Nueva York en el que se ve a una mujer de cuarenta y nueve años agonizando en una sala de espera. Entiendo que la difusión de estas imágenes es un acto de denuncia. Pero, a la vez, es un acto impúdico, pues multiplica por millones los ojos que ven a un ser humano muriendo por la dejadez del sistema. Es como asistir a una ejecución. Entro en contradicción, pero es que el asunto es delicado. Si no se difundiera no se conocería el caso, pero ahora es parte del espectáculo. Esta muerte en directo nos propicia amargas dudas, por ser en un hospital, porque las cámaras lo grababan y, se supone, alguien veía esas cámaras y no reaccionó o no le hicieron caso. O no miraba y entonces es peor. Había cámaras, pero no eran de seguridad, eran de control.

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