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J.Ibarzabal licenciado en derecho y en ciencias económicas

Abril (57), mayo-junio (68): hacia una nueva Europa

Vamos a establecer un paralelismo entre los acontecimientos de Mayo del 68 y la lucha de la izquierda abertzale por la liberación nacional y social de Euskal Herria. Si 1968 es el año clave de los acontecimientos franceses, abril de 1957 es el comienzo del proceso de la lucha moderna por la liberación de Euskal Herria. Tras un largo letargo producto de la guerra civil española, se reanuda la lucha. Ambos procesos tienen un denominador común. La lucha por la liberación social protagonizada por la clase trabajadora. También notables diferencias. Las más destacables son la repercusión del proceso, su grado de intensidad y la duración.

La repercusión de Mayo del 68 es muy superior a la de abril de 1957, porque Francia en esa fecha es todavía el centro de la cultura europea y occidental. Es el final del esplendor de la cultura francesa, de Montmartre, Quartier Latin, Saint Germain des Prés, que pronto cederá el testigo a Nueva York, a Manhattan.

El recuerdo de los versos de Rimbaud, llamando siglos de fuego a las tres revoluciones de París del siglo XIX (1830, 1840 y la Comuna de 1870), nos viene a la memoria.

París vuelve a «arder» y Europa y el mundo (Berlín, Roma, Tokio, México...) se calientan. París arrasa, y la intensidad del proceso revolucionario estalla en los primeros días de mayo. Se dan todos los ingredientes. Paro obrero, paro estudiantil, violencia revolucionaria.

De la noche a la mañana todo vuelve a la normalidad. Es una revolución intensa, pero breve. Algo ha fallado. O sencillamente, como opinan en vista del fracaso de lo sucedido la mayoría de los intelectuales del momento, las revoluciones carecen ya de sentido. Sobre todo, opino yo, cuando la barriga intelectual comienza a pesar más que el espíritu revolucionario.

La lucha vasca tiene ingredientes distintos y similares. Abril de 1957 sólo es el comienzo de una lucha del pueblo vasco contra los estados opresores francés y español, que aún continúa. En julio de 2008, 50 años después, la lucha sigue viva. Con momentos de mayor o menor intensidad, el pueblo vasco resiste a las brutales embestidas de ambos estados. Resiste y construye. Fundamentalmente construye, pone los cimientos de una nueva Euskal Herria más justa y solidaria que la actual, y colabora en vanguardia para ayudar a despertar a una Europa dormida en sus laureles.

Europa está vieja y decrépita. Han pasado muchos años desde que los países no alineados reconocieran (Conferencia de Bandung, 1961) la importante aportación de los valores de la democracia «inventada» por Europa y Occidente. Eso, por desgracia, son aguas pasadas. En la XIV Cumbre de Jefes de Estado o Gobierno del Movimiento de Países No Alineados (La Habana, setiembre de 2006) se hace referencia a las «irracionales pretensiones de dominio mundial» y a la necesidad de combatir el neoliberalismo y las bases del actual orden económico mundial, cuyo culpable principal es EEUU con la complicidad de sus aliados (referencia implícita a la Unión Europea).

Europa está vieja. En el orden político, el vacío de poder, el divorcio entre la sociedad civil y la sociedad política perdura hoy en la Unión Europea. El reciente «no» de Irlanda en el referéndum sobre el Tratado de Lisboa ha provocado en las autoridades reacciones que rayan en el fascismo, en el totalitarismo. Las declaraciones de Enrique Barón, europarlamentario y ex presidente del Parlamento Europeo, son modélicas en este sentido. Considera que la consulta al pueblo irlandés ha sido «jugar a la ruleta rusa». A nivel socioeconómico, el neoliberalismo hace estragos en la tradicional sensibilidad europea hacia los problemas sociales. La última disposición, posibilitando la jornada laboral de 65 horas, es absurda. En el orden internacional, la subordinación a la geopolítica de los EEUU es total (Irak, Afganistán, Irán...).

Se mire como se mire, el auténtico cáncer que corroe las relaciones internacionales y genera atropellos e injusticias es la razón hegemónica, imperialista, de los estados poderosos, una de cuyas manifestaciones es la negación de la justa reivindicación del ejercicio del derecho de autodeterminación de las naciones sin estado.

Mayo del 68 fue una ocasión desaprovechada para dar impulso a una reivindicación que, más tarde o más pronto, será aceptada en Europa y en el mundo. Quizá por la tradición jacobina francesa, a los estudiantes ni siquiera se les pasó por la cabeza que sojuzgar las reivindicaciones de los pueblos del Estado plurinacional francés era un imperialismo equiparable al de los norteamericanos en Vietnam. Lo cierto es que su vigor revolucionario tuvo esa importante carencia.

Once años antes, en abril de 1957, nace en Euskal Herria un movimiento político, cuyo objetivo es la liberación nacional y social de Euskal Herria. Abril y mayo son dos luchas que equivalen a dos conjuntos autónomos. Uno, el vasco, caracterizado por el protagonismo dado a la lucha por la liberación nacional de las naciones sin estado, y el otro, el francés, por el total olvido de las naciones sin estado. Pero entre ambos conjuntos autónomos hay una zona de intersección en lo que se refiere a la liberación social de la clase trabajadora dentro de los fundamentos marxistas, en lo que ambas luchas coinciden.

A los estudiantes de Nanterre les faltó derivar un poco más en su razonamiento antiimperialista (que se centró casi exclusivamente en la agresión de EEUU contra Vietnam) para comprobar que no sólo existen prácticas imperialistas, neocolonialistas «hacia fuera», sino que también existen este tipo de prácticas «hacia dentro», como se evidencia en el comportamiento de los estados plurinacionales imperialistas (Francia, España, Reino Unido, Canadá, Israel, China...).

Centrándonos en Europa, el Tratado de Maastricht de la Unión Europea (1992), que consagra la Europa de los estados soberanos y el capitalismo puro y duro, nos ha conducido a un callejón sin salida. A nivel político, hay que rejuvenecer Europa, hay que ilusionar a los europeos, y eso no se conseguirá con las viejas recetas (democracia delegada, con una participación cada vez menor de ciudadanos y ciudadanas) que aumentan cada vez más el foso que separa las sociedades civil y política.

Los viejos Estados europeos ya no aglutinan a Europa. Si se desea una Europa fuerte, coherente con los principios de democracia y justicia social, independiente de la geopolítica de EEUU, hagamos un nuevo proyecto basado en la confederación de los pueblos de Europa. Un importante precedente de cómo pueden hacerse las cosas es la ejemplar separación de Chequia y Eslovaquia.

A nivel social, la subordinación al mercado y a la libre competencia (que en la práctica se ha convertido en la subordinación a los mercados imperfectos y a los oligopolios) ha producido en Europa una parálisis social, a expensas de la rapiña de las multinacionales. Se privatizan los beneficios y se socializan las pérdidas (el último batacazo financiero en Occidente motivado por las hipotecas basura así lo ha demostrado). No se trata de mejorar socialmente el sistema neoliberal, sino de que éste perdura «como sea».

Se requiere una nueva Europa que contemple los ajustes políticos y sociales que los nuevos tiempos demandan (regulación de las naciones sin estado en los estados plurinacionales europeos, participación ciudadana continua, articulación de los partidos con los movimientos sociales...) y que la Unión Europea ha ignorado hasta el momento. En el orden social, conviene recordar que en Europa hay pendiente una revolución frustrada con el fracaso del socialismo soviético, y actualmente solapada por el neoliberalismo liderado por EEUU. La aguda crisis que atraviesa Europa exige un cambio de rumbo inmediato. Si la izquierda no se mueve reconstruyendo los instrumentos básicos para la emancipación de las capas populares (lucha de clases, plusvalías, antiimperialismo, naciones sin estado...) el porvenir se presenta poco halagüeño.

En resumen, una nueva Europa política y social, que sería la culminación de los esfuerzos de abril (del 57) y de mayo-junio (del 68).

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