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Mikel Resa Sexólogo y Educador de la Comisión Anti-sida de Araba

Al calor del verano

Apostemos por verdaderos programas de educación sexual para nuestros adolescentes y jóvenes, programas educativos donde lo urgente no desplace y arrolle a lo importante

Ya estamos en verano y luce el sol en nuestro pequeño país. Nuestros cuerpos necesitados de luz y de calor empiezan a desembarazarse de tanta ropa que entre otras cosas, nos hacía ser sujetos andróginos. Los cuerpos sexuados empiezan a asomar para grata sorpresa de unos y de otras. Es la hora de dejarnos ver en las terrazas, de mirar y de mirarnos, llamémosle el momento permitido del vouyerismo callejero.

Junto al calor sofocante y la disminución de la ropa, otra vez más, lo que no deja de proliferar y de crecer en estos tiempos son los programas preventivos dirigidos a los jóvenes de nuestros pueblos y ciudades. Es en este momento en el que el fútbol y la política institucional nos dan un descanso, cuando los «bienpensantes» de nuestra sociedad se ponen manos a la obra con nuevos programas que frenen el calor de nuestra juventud.

Hace bien poquito ya surgió la primera disertación en prensa titulado: «El fracaso de los programas preventivos. Aumenta el número de abortos». Más tarde nos encontramos con las campañas a favor del sexo seguro iniciadas por Osakidetza, Emakunde la suya y Berdindu la propia. Vamos, que el calor atrae las campañas para el verano. Pero todas bajo el epígrafe del profesional periodístico de: el fracaso, las campañas no llegan a los jóvenes. Pues sí, tienen muchísima razón los y las periodistas que apuntillan con este aplastante titular.

Se realizan costosas campañas puntuales, se llenan las marquesinas y cabinas telefónicas de carteles advirtiéndonos de que la sífilis y la gonorrea andan sueltas, se nos dice que justo el 28J es un día de igualdad y contra la homofobia, el 1 de diciembre todos contra el SIDA, el VIH repunta en nuestro entorno. Vamos, que llega el verano y a todos y todas nos surge la necesidad de hacer algo visible en la sociedad en la cual vivimos.

Pero yo me pregunto: después de año tras año realizando estas mismas campañas y recogiendo amargamente los titulares de algún periodista enfadado por no poder estar disfrutando del sol de verano, ¿no será que no estamos haciendo las cosas demasiado bien?, ¿por qué seguir con los mismos planteamientos que el día a día nos demuestra tristemente que algo falla?

Los programas de prevención global son necesarios, no lo pongo en duda. Al parecer, se necesita recordar a la sociedad los riesgos del calor veraniego y sus efectos no deseados. Pero, y una vez más, ¿por qué no dar un paso más allá?

Sinceramente, tengo antipatía por las campañas de verano y por los días puntuales de reivindicaciones. Está claro, para los colectivos sociales es necesario sacar a la luz las legítimas reivindicaciones, pero para la población en general no deja de ser un «solo» día en el cual me pongo un lazo, doy una donación, doy un juguete y mi corazón ya se siente grande y sin el peso de la cruda realidad. Y por el momento, estas campañas, estos días, distan mucho de lograr esto.

Si realmente no queremos entrar en contradicciones, véase facilitar la post-coital gratuitamente y los preservativos a precios inasequibles para muchos adolescentes, si realmente pretendemos parar las infecciones de transmisión genital y el VIH, si suspiramos por tener unas vivencias en positivo de nuestras sexualidades, si aspiramos a tener una sociedad donde las diferencias nos hagan a todos y todas ser más libres, más iguales, dejémonos de parches veraniegos y vayamos a por el órdago a la mayor.

Apostemos por verdaderos programas de educación sexual para nuestros adolescentes y jóvenes, programas educativos donde lo urgente no desplace y arrolle a lo importante. Programas donde el conjunto de la comunidad educativa tenga su papel, acompañándonos los unos a los otros y posibilitando que nuestros adolescentes y jóvenes tengan esa educación integral a la que siempre, y digo siempre, estamos mirando de reojo.

Sí cualquier asignatura tiene su continuo, ¿por qué no tratar de igual forma a la educación de los sexos, y sí, digo educación y si, en plural, de los sexos, de nuestros hijos e hijas?

Si hubiese predisposición por plantear este tema bajo el prisma educativo es muy probable que nos adelantásemos a los problemas y dejásemos de plantear soluciones, visiblemente fracasadas, a posteriori.

Evidentemente, esto no es la panacea que lo solucionaría todo. Pero si lo hacemos con rigor y apostamos por integrar este tema como una asignatura más en el currículo de centro, lograríamos, y copiando a Nietzsche, quien decía que la filosofía es hacer daño a la necedad, la Educación sexual es una herramienta contra la ignorancia y la desigualdad.

Y para concluir y como epílogo, ¿qué podríamos perder en todo caso incluyendo la educación sexual en las aulas?

Nada, pues el próximo verano seguirá llegando, el sol nos seguirá calentando y seguiremos estando en las terrazas observando a quien en invierno ni siquiera nos había llamado la atención.

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