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Boaventura de Sousa Santos 2008/7/3

La cultura del engaño

Página /12

(Traducción: Javier Lorca)

El ex secretario de prensa del presidente Bush, Scott McClellan, acaba de publicar un libro titulado Lo que pasó: dentro de la Casa Blanca de Bush y la cultura del engaño en Washington. El furor político y mediático que causó proviene de dos revelaciones: cuando ordenó la invasión de Irak, la administración Bush sabía que Irak no tenía armas de destrucción masiva y montó una poderosa «campaña de propaganda» para llevar a la opinión pública norteamericana y mundial a aceptar una «guerra innecesaria»; los grandes medios de comunicación fueron «cómplices activos» de esa campaña (...).

(...) La máquina propagandística del Departamento de Defensa se asentó en tres tácticas: imponer la presencia de generales de reserva en todos los noticieros de televisión, con el objetivo de demostrar la existencia de armas de destrucción masiva; tener a todos los medios bajo observación y llamar a sus directores o propietarios ante la mínima señal de escepticismo u oposición a la guerra; invitar a periodistas de confianza de todo el mundo para convencerlos de la existencia de las armas y luego enviarlos de regreso a sus países poseídos de la misma convicción belicista. Vimos esto, trágica y grotescamente, en muchos países de Europa y América latina.

(...) ¿Cuántos artículos de opinión contrarios a la guerra fueron rechazados? Y los que escribieron propaganda e intimidaron a sus subordinados, ¿alguna vez se retractarán, pedirán disculpas, presentarán su renuncia? Es que ellos colaboraron con un crimen: un millón de iraquíes muertos, decenas de miles de soldados norteamericanos heridos y muertos y un país totalmente destruido. (...)

Para disfrazar el problema moral de los cómplices de la guerra y la destrucción, algunos comentadores de derecha han recurrido a la más desconcertante y desesperada justificación de la guerra: si no estaban las armas de destrucción masiva, por lo menos estaba la convicción de que ellas existían. Ahora, el libro de McClellan acaba de eliminar ese argumento. ¿A qué recurrirán ahora? Lo trágico es que la máquina de propaganda continúa montada y ahora está dirigida a Irán. Su funcionamiento será tanto más difícil cuanto mejores condiciones tengan los periodistas para cumplir con su código deontológico.

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