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Raimundo Fitero

La leyenda

Todos estaban defraudados. El encierro del martes 8 de julio era con los toros de la ganadería de Cebada Gago, una leyenda, y como fue, al igual que el año anterior, un recorrido nítido, rápido y sin excesivas complicaciones, los comentaristas se sentían sin nada que meterse al zurrón de los tópicos y del morbo. Este segundo encierro del dos mil ocho lo he seguido en Cuatro. Soy un poco masoca. Madrugar para ver tanto hablador indocumentado es un vicio. Pero la leyenda defraudó porque no cogió a nadie. Bueno, un puntazo a un mozo en la bajada, y poco más. Eso les deja sin argumentos. Eso los coloca ante su poca consistencia, ante su palabrería hueca, sus recetas, su intento de convertir una tradición anacrónica como los encierros sanfermineros en un espectáculo de televisión posmoderna. Un ridículo en rojo y blanco.

El intento de esta cadena es crear una supraestructura audiovisual por encima del propio acontecimiento. Lo que intentaron, y consiguieron colocarlo como lenguaje canónico con la retransmisión de las corridas, pero llevado a esa explosión de fuerza y tradición ancestral, que la propia televisión ha convertido en un acto de turismo de aventura, si no te pilla el botellón te puede pillar el toro, el carrito de la limpieza o el municipal. La televisión, o al menos estas nuevas cadenas contribuyen a hacer leyendas de quita y pon. Los Cebada Gago han proporcionado encierros violentos, sanguinarios, provocan miedo, despejan las calles de oportunistas, aunque siempre quedan inconscientes. Y los que hacen del encierro una ceremonia mediática. O mística.

En La Sexta tuvieron un lunes glorioso en sus servicios informativos. La edición del mediodía y la de la tarde-noche compartió más del setenta y cinco por ciento de sus noticias y reportajes, y en ambas, al referirse a los sanfermines cayeron en los mismos tópicos y falsas leyendas, pero con circunstancias tan desconcertantes como presentar como un descubrimiento el salto de los jóvenes guiris desde la fuente de Navarrería a los brazos de sus congéneres, una de las costumbres que produce más accidentes. Algunos con repercusiones para toda la vida. Seguiremos madrugando.

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