Como si de un juego de estrategia se tratara, el escenario geopolítico que siguió a la caída del bloque soviético sigue evolucionando, y las potencias en liza siguen marcando territorios a partir de los cuales se pretende sitiar al enemigo. Ya no existe la guerra fría, pero la situación actual cada vez se parece más a una «paz caliente». La confrontación de sistemas políticos y económicos que tuvo lugar desde el fin de la II Guerra Mundial hasta la caída del muro de Berlín ya no existe, pero la lucha por intereses económicos y políticos se plasma cada vez más nítidamente en el actual mapamundi. Los protagonistas siguen siendo los EEUU y Rusia, la heredera de la URSS.

La última batalla en esa nueva pugna por la hegemonía mundial, o cuando menos contra el monopolio yanqui de la misma, es el escudo anti-misiles que EEUU quiere establecer en Europa del Este. La Administración Bush ha llegado a un acuerdo con la República Checa, mientras Polonia y Lituania siguen negociando. Los argumentos de corte «preventivo» esgrimidos por los responsables norteamericanos no convencen a Moscú, que en pleno despegue macroeconómico y una vez recuperado su orgullo de potencia mundial, no está dispuesta a asumir el tutelaje de su otrora enemigo y ahora contrincante. Por otro lado, la UE es rehén de un atlantismo que la mantiene atada a lo designios de Washington, aun a coste de sus propios intereses.

Mientras tanto, las protestas contra la Cumbre del G8 han evidenciado que, si bien el rechazo al sistema mundial que esos países están promoviendo tiene una gran masa de opositores y resistentes, no se vislumbra a día de hoy una alternativa con un programa político y un sistema paralelo como referencia. Así, existe una gran fuerza popular frente al poder imperante, pero no se articula un verdadero contrapoder. A diferencia de en la famosa película argentina, las fuerzas del cambio no se encuentran agazapadas en Kamchatka (península que paradójicamente pertenece a Rusia) sino dispersadas a lo largo y ancho del globo.