La segunda jornada de la cumbre del G8 en Japón, la ostentosa cita anual de los países más ricos del mundo para definir y ordenar los destinos globales, no deparó grandes sorpresas en los titulares de prensa. Como hicieran el lunes con las demandas de ayuda de los países más pobres, especialmente llegadas desde la castigada y famélica África, las potencias resolvieron ayer con demoras y palabras huecas los requerimientos para frenar con acuerdos reales el cambio climático.

Según datos facilitados por Greenpeace, los ocho grandes son responsables directos del 80% de las emisiones de la atmósfera, y aunque concentran sólo el 13% de la población mundial, liberan el 40% de ese CO2 que está provocando, entre otros desastres naturales, la paulatina desaparición del Ártico. Sin embargo, Bush y el petróleo tejano siguen manejando las riendas. El presidente norteamericano se sienta por última vez en la mesa de los más poderosos, y no ha defraudado a su parroquia al bloquear cualquier iniciativa de avance internacional para acabar con la pesadilla que supondrá en pocas décadas la destrucción de los ecosistemas. En lugar de anunciar acciones rápidas y decididas, quienes controlan la riqueza mundial han vuelto a poner sus beneficios por delante de la vida en este planeta. Otra oportunidad perdida, y cada vez queda menos arena en el reloj.