Donostia acogió ayer la tan cacareada actuación de Bruce Springsteen. El multitudinario concierto, que contó con unos 40.000 espectadores, comenzó a las 22.00, pero antes, mucho antes, los aledaños del Estadio Anoeta comenzaban a transformarse. Los fans, curiosos, medios de comunicación, ambulancias, furgones de la Ertzaintza, miembros del equipo técnico del «Boss»... tomaban los alrededores del Estadio, y ya para las 18.30, hora de la apertura de puertas, aquello era un hervidero de gente.

Los más incondicionales seguidores del músico norteamericano estaban ya haciendo cola desde el lunes por la tarde. Eran unas 30 personas que no querían perder la oportunidad de ver a su ídolo de cerca. Era el caso de Laia, la orgullosa número uno. Es de Barcelona y reconocía ante los medios que si lo hacía era por «no pagar hotel» esa noche. Aunque inmediatamente después aseguraba que tampoco le haría mucha gracia que se le colase alguien.

Siguieron las horas y ya el martes por la mañana, después de una animada, suponemos, noche a la intemperie, llegaba la gran marea de seguidores de Springsteen. No podemos asegurar que fuera Laia, tal y como hizo el día anterior, quien organizara la cola, pero sí que es cierto que los seguidores del músico se organizaron más que bien, algo que la organización quiso agradecer dándoles un pequeño privilegio; repartieron pulseras naranjas entre los 3.000 primeros, de manera que éstos tuvieron el privilegio de contar con un pequeño lugar vallado reservado para ellos.

Y es que ayer por la tarde el Estadio Anoeta era todo un circo. Incluso los jubilados, ésos que se pasan el día mirando las obras, dejaron su quehacer por unas horas y acudieron en masa a Anoeta. «Debe de ser muy bueno», le decía uno a otro. Junto con los curiosos se agolpaban los seguidores del «Boss» con camisetas, gorras, cintas, banderas... Aunque una de las encargadas de estar en el stand de merchandaising reconoció que no estaban vendiendo demasiado. «Lo que más vendemos son camisetas y gorras, pero no en exceso, quizá se animen después del concierto», decía.

Quienes sí se dejaron los cuartos en camisetas fueron los integrantes de una curiosa familia de Zaragoza. Están de vacaciones y les ha parecido una«maravillosa» idea el visitar Donostia primero, y escuchar a Bruce después. ¿El inconveniente? Que los niños, tres, estaban ya aburridísimos de estar en la cola y más aún con el sol que brilló ayer. «Es normal que se aburran, pero seguro que a la larga nos lo agradecerán», explicaba el padre. Y es que el sol calentaba bastante y la espera se hizo larga. Una cuadrilla de australianos de vacaciones en la capital guipuzcoana se pasó las horas bebiendo cerveza y haciendo carteles con diferentes lemas, aunque no sabemos si para mostrarlos después en la actuación, porque «Waiting on a suny day» (esperando en un día de sol) no parece algo como para mostrar a su ídolo.

Nervios

Pasaban las horas y unos minutos antes de la apertura de puertas los nervios se iban apoderando de la gente. Uno de ellos era Paul, un argentino que ya ha visto a Springsteen en más de una ocasión, pero que no ha querido perderse este concierto. A la pregunta de si esperaba algo nuevo en esta actuación, contestaba casi eufórico: «Bruce siempre ofrece algo distinto en cada concierto. Es un gran artista». Pues eso.

Llegaron las 18.30 y la locura se apoderó de los presentes. Abrieron las puertas y dejaron pasar a la primera tanda. «¡Sin correr!», les gritaba el guarda de seguridad, pero ni caso. Llegó la segunda tanda y el ambiente se fue caldeando. Ahora ya gritaban y saltaban. Había llegado la hora de pasar de la cola al Estado Anoeta.

Y es que Donostia entera se encontraba algo revuelta durante la jornada de ayer. El barrio de Amara estaba lleno de gente, los bares de alrededor del Estadio a rebosar y los autobuses de línea de la ciudad con más viajeros hacia Amara de lo normal. La ciudad no quería que nada saliese mal y se rindió a los pies del «Boss» con refuerzo de equipos de limpieza y más transporte público de lo habitual en un martes. La compañía del tranvía, por ejemplo, ofreció un servicio especial de autobuses tanto para ir como para volver del concierto. A pesar de los esfuerzos la entrada a la ciudad estuvo colapsada.

Una vez abiertas las puertas los asistentes se encontraron con un sobrio escenario, sin grandes adornos, tan sólo con dos pantallas gigantes a cada lado para poder seguir la actuación desde cualquier lado.

Colocado ya el numeroso público en el Estadio, sin muchos agobios todo hay que decirlo, sólo quedaba esperar a las 22.00, la hora de comienzo de la actuación. Y llegó, aunque un cuarto de hora más tarde.

Todos se pusiron a gritar, a darle la bienvenida, y Bruce apareció cantando «The tunnel of love» junto a su esposa, la cantante y compositora estadounidense Patti Scialfa.