Cuando un servidor era pequeño, lo de estudiar inglés no se daba por supuesto. Quedaba lejos eso de que fuese el tercer idioma que tuviésemos que aprender. De hecho, idioma vivo que aprender de verdad sólo había uno: la lengua común o del imperio. Después, en el bachillerato, a los once años te daban a escoger francés o inglés, y la inmensa mayoría escogía francés, que aún mantenía una cierta grandeur. Yo estudié inglés porque, aunque la proporción de alumnos de francés duplicase a la de inglés, mi señora madre -previsora ella- vaticinó que este acabaría por llevarse el gato al agua. Quizá por ese modelo suyo de comportamiento, en las calles no opto nunca por el carril más lleno de coches, y que un restaurante de moda esté a rebosar no me dice nada sobre su calidad.

Mi profesor de inglés se llamaba Daniel Brusés. Fue el profesor más apreciado por nuestra quinta de alumnos, unos alumnos que en general apreciábamos poco a los profesores. A unos porque eran desagradables, a otros porque eran soporíferos, a otros porque nos pegaban. Pero a Brusés lo adorábamos. (...) Nos explicaba historias de Londres y de la lengua inglesa, y llegamos a entender que hubiese gente que la aprendía para leer a Shakespeare en sus textos originales. El inglés que nos enseñaba era correctísimo.(...)

Ahora, lo de estudiar inglés ha evolucionado mucho. A los niños se les envía a Inglaterra, a que aprendan in situ, y allí confraternizan con bandas de chicos ingleses que, a pedradas, les dan un repaso particular. Y, sin siquiera necesidad de ir a Inglaterra, los apuntas a unas colonias de inglés en Tossa de Mar y los monitores ingleses les enseñan lo que vale un peine (y les reparten cuatro hostias si es necesario). Yo, que aprendí inglés con el método reposado de Daniel Brusés, no lo veo del todo mal. Así se ahorran el envarado How do you do? y pasan directamente al Hey you motherfucker -gimme all your fucking money now or I'll fucking kill ya!, que es mucho más cool.