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ANÁLISIS | Nueva derrota del laborismo británico

El SNP cabalga sobre las cenizas de Gordon Brown

Éste era el primer encuentro electoral entre dos líderes que por primera vez tenían la posibilidad de poner en práctica sus ideas. El resultado apunta a que mientras el experimento del líder del independentista SNP, Alex Salmond, va viento en popa, el del primer ministro británico, Gordon Brown, se halla en medio de la tempestad

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Soledad GALIANA Periodista

La autora reflexiona sobre la derrota que el Partido Laborista ha sufrido ante el SNP en una elección parcial y destaca que para el primer ministro británico, Gordon Brown, se abre un panorama desolador que puede poner en serio riesgo su liderazgo

Salmond, que fue nombrado primer ministro escocés el 16 de mayo del pasado año, un mes antes que Gordon sustituyera al primer ministro saliente, Tony Blair, anunciaba que la elección en el distrito electoral de Glasgow Este era una «prueba de fuerza» para su partido, una oportunidad para comprobar si su mensaje político ha calado en la sociedad y la medida de la satisfacción pública para con su Gobierno. Pues bien, el pasado viernes Alex Salmond era un hombre feliz, después de que su partido le diera la vuelta a una mayoría laborista de 13.500 votos para darle la victoria, y un escaño más, a su proyecto de independencia para Escocia. El líder escocés predecía correctamente cuando auguraba un «terremoto» político en el resultado de la elección: un terremoto que amenaza con derruir el predominio laborista en Escocia. Sólo 365 votos le dieron el escaño al SNP, pero esta escasa diferencia hace incluso más dulce un resultado que pasará a la historia del partido.

No es la primera vez que el SNP gana al laborismo en áreas de claro predominio de este partido, pero hay que remontarse a 1967 en Hamilton y a 1973 y a 1988 en Govan para encontrarse con estos resultados. Evidentemente Salmond quería un resultado similar para conmemorar el primer año de Gobierno nacionalista en la historia de Escocia. Y a pesar de que algunos consideraban que el candidato del SNP John Mason carecía del carisma requerido para la victoria, la estrategia de los nacionalistas escoceses les ha servido para acaparar el voto de protesta contra el Gobierno laborista británico encabezado por el también escocés Gordon Brown.

El creciente costo de la vida, la crisis económica y la debilidad del Gobierno de Brown han conseguido que muchos escoceses comiencen a considerar que la promesa del SNP de un futuro mejor como estado independiente es más válida que la continuidad del laborismo. Así pues, un 22% de los votantes laboristas le entregaron su voto a los nacionalistas. El resultado del viernes viene a confirmar la tendencia de crecimiento del SNP, que desde la creación del Parlamento escocés en 1999 ha hecho una especialidad electoral el ganarle terreno en este tipo de elecciones a los laboristas.

Quizás los laboristas deberían reflexionar sobre el consejo de Salmond, que al conocer los resultados de la elección en Glasgow descifró el mensaje del electorado para Brown: «cambia tu política o cambia de trabajo». El SNP ha sabido catalizar las esperanzas del electorado, y las encuestas más recientes apuntan a que los nacionalistas escoceses ya han adelantado a los laboristas en la intención de voto de cara a las generales.

Y si ahora Salmond puede continuar su periodo vacacional con la satisfacción de un aprobado alto en el terreno electoral, el líder laborista Gordon Brown enfoca el otoño con una crisis política agravada por la recesión económica. Si la posición de Brown al comienzo de su mandato dentro del Partido Laborista ya fue difícil por la división creada entre aquellos que apoyaban la continuidad de Blair frente a los que exigían el relevo de Brown, la derrota laborista de Glasgow -que se suma a la debacle de las elecciones locales y la pérdida de la alcaldía de Londres, y otras derrotas en reelecciones para escaños en el Parlamento británico- no hace sino echar más leña a la pira funeraria en la que la oposición laborista quiere quemar el proyecto Brown.

El resultado electoral en Glasgow es preocupante para el laborismo; primero, porque no hay excusas ya que la participación fue alta y éste es un distrito electoral de base laborista. Segundo, porque si se extrapolan estos resultados a unas elecciones generales, los laboristas contarían con tan sólo 22 diputados de los 350 con los que cuenta actualmente. Lo único que mantiene a Brown en su posición de líder es la indecisión de sus opositores.

Pero la especulación continúa y los murmullos de crisis son las claves de la debilidad del partido, y de Brown. De ahí que las llamadas de los sindicatos, y particularmente de Paul Kenny, de acabar con la incertidumbre en el seno del laborismo deberían ser respetadas si se quiere anteponer el interés del partido a las aspiraciones individuales de poder de los líderes laboristas. Gordon Brown fue un maestro en la espera impaciente para hacerse con las riendas del partido, pero todo augura que no puede esperar lo mismo de manos de sus colegas en estos momentos. Por eso Kenny no exige el apoyo para Brown, pero sí una decisión final sobre cuál es el futuro inmediato del partido, un «apoyarle o despedirle» que dibuje una clara estrategia para el partido. Para otros, como Tony Woodley, el secretario general del mayor sindicato británico, Unite, la clave no se encuentra «en el cambio del personal» sino en el cambio de política.

En su discurso en la Universidad de Warwick el viernes, cuando salía a la luz la derrota laborista, Gordon Brown aseguraba que su Gobierno «estaba de parte del pueblo británico». El problema es que el electorado parece haberle dado la espalda al Ejecutivo laborista.

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