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Belén Martínez Analista social

El precio de la libertad

Es cierto que las FARC, en muchos de sus actos, no respetan el derecho internacional humanitario ni las convenciones de Ginebra. Tampoco el Estado colombiano es precisamente un adalid de los derechos humanos

Hubiese preferido que la liberación de Ingrid Betancourt hubiera sido fruto de un canje o intercambio humanitario. No ha sido así. Desde el pasado mes de mayo, todo parecía presagiar que la «liberación» de Ingrid Betancourt se produciría en circunstancias muy distintas a las que me había imaginado. La puesta en escena de la «liberación» y su omnipresencia mediática han contribuido a crear una especie de vedette pseudopolítica.

Por el operativo militar y el tinglado mediático montados, ha quedado claro que las vidas humanas no son equivalentes ni equiparables, y que, en ocasiones, el precio político a pagar no es tan alto como nos quieren hacer ver. Un intercambio posibilitaría la resolución -por la vía del diálogo y el acuerdo político- del conflicto que convulsiona desde hace décadas a la sociedad colombiana. Y eso que es válido para Colombia, también lo es para el Líbano, Beslan, Dubrovka, Uzbekistán o el Estado español.

Hemos tenido sobredosis de Ingrid: Ingrid con el rostro fatigado; Ingrid exultante; Ingrid en familia; Ingrid mística, dando las gracias a Dios y a la Virgen; Ingrid almorzando con Villepin; Ingrid en una recepción VIP; Ingrid supermaqueada; Ingrid arengando a las masas, Ingrid supervisando y cotejada por la armée française... Ingrid en español, en francés y en inglés, a la misma hora y el mismo día. Ingrid, Ingrid, Ingrid ¡Ufhh!

Por si no teníamos suficiente ración de Betancourt, el 20 de julio tuvo lugar, en París, un concierto para reclamar la libertad de «todos» los secuestrados en Colombia (alrededor de tres mil personas). Betancourt aludió a los «soldados, policías y políticos» sometidos a cautiverio por las FARC. Olvidaron mencionar a las víctimas del Gobierno colombiano, por acción u omisión. De hecho, se podía ver una veintena de fotos de rehénes de las FARC, junto con otra del soldado israelí Guilad Shalit. Curiosa forma de practicar un humanismo selectivo y asimétrico... Un evento cargado de objetividad, en el que también hubo vítores para el presidente colombiano: «Merci, Uribe».

Para muchas personas, las FARC son una organización armada revolucionaria, una guerrilla; otras la consideran una organización terrorista (tanto las FARC, como el ELN, figuran en la lista de organizaciones terroristas del mundo). Es cierto que las FARC, en muchos de sus actos, no respetan el derecho internacional humanitario ni las convenciones de Ginebra. Tampoco el Estado colombiano es precisamente un adalid de los derechos humanos. La existencia de escuadrones de la muerte y la inhibición del Gobierno son uno de los múltiples ejemplos.

Este año, las FARC han estado en el escenario y la agenda política internacional. No me importaría que el precio a pagar para que en Colombia progrese la vía de la negociación política y la restitución de los derechos humanos sea el de padecer algún que otro talk-show, en el que figure como invitada la francocolombiana Ingrid Betancourt. Incluso, no me importaría sufrir a una Carla Bruni amenizando la soirée con su «plus dangereux que la blanche colombienne».

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