Pablo Lorente Zapatería Internacionalista
Ingrid viva; Guillermo muerto
Guillermo Rivera formaba parte de ese rico, activo, plural y luchador movimiento sindical colombiano, que lleva cerca de 30 militantes asesinados y asesinadas en lo que va de año. En el mundo, 9 de cada 10 sindicalistas asesinados son colombianos
Ha de haber algo putrefacto en la médula misma de un sistema social que aumenta su opulencia sin reducir su miseria, y aumenta en crímenes aún más rápidamente que en números». («Crimen y pauperismo», Karl Marx).
El pasado 22 de abril desaparecía en Bogotá (Colombia), después de dejar a su hija en la escuela, Guillermo Rivera. Guillermo era sindicalista y militante comunista. El 15 de julio se conoció la aparición en la ciudad de Ibagué del cuerpo sin vida de Guillermo. Las informaciones preliminares indican que el dirigente sindical fue asesinado y sepultado como no identificado el día 28 de abril, seis días después de su desaparición. Es un asesinato donde los indicios comprometen a efectivos de la Policía Nacional, como expresión de un nuevo acto de terrorismo de estado.
Guillermo no va a recibir ninguna máxima condecoración, ni visitará ningún templo o reliquia religiosa, ni se abrazará a un militar acusado de vinculaciones con el paramilitarismo y crímenes de estado, ni agradecerá nada a un presidente que es el narcotraficante número 82. Guillermo tampoco formaba parte de la oligarquía de su país. Guillermo Rivera formaba parte de ese rico, activo, plural y luchador movimiento sindical colombiano, que lleva cerca de 30 militantes asesinados y asesinadas en lo que va de año. En el mundo, 9 de cada 10 sindicalistas asesinados son colombianos. En Colombia existen más de 15.000 casos de desapariciones forzadas que son otra expresión del terrorismo de estado y la guerra sucia contra el movimiento popular y la izquierda social y política. Han sido asesinadas más de 2.300 sindicalistas en los últimos 20 años y ya hay cuatro millones de personas desplazadas.
La mayoría, por no decir todos, los medios de comunicación en el Estado español, no han dedicado ni una décima parte de espacio y tiempo a estas noticias, en comparación al despliegue «informativo» de la propaganda uribista ante la ya «no rescatada» ex candidata Ingrid Betancourt el pasado 2 de julio. Felicidades, Ingrid Betancourt, por estar viva y parece que con una salud mucho mejor que las informaciones aparecidas anteriormente en los mismos medios. Manipulaciones y mentiras sobre la «liberación» de la señora Betancourt van apareciendo continuamente, demostrando la calaña del Gobierno colombiano en toda esta situación.
Cuidado con los almirantes que dirigen el portaaviones colombo-norteamericano con asesoramiento israelí y vinculaciones europeas muy importantes, que son el actual Gobierno narcoparamilitar encabezado por Álvaro Uribe Vélez. Es el Gobierno más militarista, criminal y peligroso de América en estos momentos y si hubiese un «eje del mal» formaría parte de su núcleo duro. Otras 14 personas corrieron la misma suerte que la nueva heroína, casualmente tres de ellos asesores militares de los EEUU, que fueron hechos prisioneros por las FARC-EP. Pero estos «asesores» sólo han sido agasajados en su cuartel general, ya en casa. Parece que no se dedicaban a mejorar ni la educación, ni la sanidad pública en Colombia. ¿Qué hacían, entonces, en Colombia?
En Colombia la política de las multinacionales norteamericanas y europeas (principalmente españolas y francesas) están actuando de verdadero poder. Diseñan desde hace años, en comandita con los gobiernos respectivos, planes económicos que están llevando al desplazamiento de cientos de miles de campesinos y sus familias, a su asesinato. Utilizando al paramilitarismo y el narcotráfico como verdaderos ejércitos de limpieza étnica ante las comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas que no se someten a sus planes de cultivos, no sólo de coca. En estos momentos el cultivo de Palma africana para la elaboración de agrocombustibles, lo de «bio» no vale ni para los yogures, es el exponente de la destrucción de cultivos propios y originarios del campesinado colombiano, llevando a verdaderas hambrunas y a la muerte de cientos de miles de personas.
Esa es gran parte de la clave del largo, por décadas de violencia, muerte y sufrimiento, mal llamado conflicto colombiano. La lucha de clases en estado puro. Oligarcas colombianos y capitalistas extranjeros tienen que tener a raya a la mayoría de un pueblo que le ha tocado sobrevivir y morir en un territorio geoestratégico, con riquezas ingentes que están en manos de unos pocos y que por la gracia divina del capital hay que mantener como «statu quo».
Por eso en Colombia son asesinadas sindicalistas, defensores de Derechos Humanos y militantes de izquierdas, existen grupos armados revolucionarios, desplazan y asesinan también a indígenas y comunidades afrocolombianas. Los tratados de libre comercio (con EEUU y la Unión Europea) y la producción de agrocombustibles, principalmente, necesitan que alguien les haga el desagradable trabajo de limpiar uno de los más importantes «patios traseros» de las metrópolis del capital.
Van a seguir muriendo muchas personas como Guillermo no por llegar a la vejez o por una enfermedad fatal, sino por el diseño y activación de políticas expoliadoras de los recursos de una nación, para que una minoría oligarca con residencias en Miami y Madrid, sigan asistiendo a conciertos a escuchar a «papitos» y la gran banca europea y norteamericana haga caja.