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Karadzic ya está en una celda en la Haya

La Justicia, prófuga en Bosnia

La entrega de Karadzic ha vuelto a dejar en evidencia la crisis eterna por la que atraviesa su víctima política, la república de Bosnia Herzegovina

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 Análisis | Dabid LAZKANOITURBURU

Radovan Karadzic, desde ayer en una celda de La Haya, ya advirtió a los bosnios allá por 1991 de que pagarían cara su apuesta por la independencia entre los restos de Yugoslavia. 13 años después de la guerra, Bosnia-Herzegovina sigue siendo sufriendo la partición y padeciendo las consecuencias económicas de aquella agresión. La Justicia, con mayúsculas, sigue sin llegar a este sufrido territorio.

El «carnicero de los Balcanes» ya está en prisión. Y Bosnia-Herzegovina sigue de luto. La escasa alegría mostrada por la población bosnia tras su arresto y definitiva entrega a La Haya ha pasado prácticamente desapercibida.

¿Cansancio balcánico tras 13 años de postguerra? En parte sí, pero la cuestión va más allá.

«¿Qué vamos a festejar? Es un día de tristeza y conmemoración», recordaron las Madres de Srebrenica. Conmemoración y recuerdo a las víctimas de Srebrenica, Sarajevo, Prijedor, Makarskam Foca, Zvornik...

Tras la euforia de los primeros días, el escepticismo. Y no sólo escama que Serbia haya tardado una década en entregar a un hombre que no se escondía en la selva amazónica, sino las poibles contrapartidas negociadas. Con Croacia con pie y medio en la Unión Europea, Serbia y la UE negocian la espinosa cuestión de los visados para acceder a suelo comunitario en el marco de las negociaciones para una hipotética adhesión. Precisamente Belgrado ha presentado la entrega de Karadzic como su cuota a pagar en este intercambio diplomático.

Huelga recordar que tanto la población croata de Bosnia (10%) como los serbios de la República Srpska, ente creado por los Acuerdos de Dayton que pusieron fin a la agresión contra Bosnia en 1995, son beneficiarios de estos acercamientos. ¿Quedará la población bosnia nuevamente olvidada simbólicamente entre dos fuegos, como lo fue en realidad durante la guerra por parte de la comunidad internacional?, se preguntan estos días los bosnios.

Radovan Karadzic está en prisión. Pero su criatura política, la República Srpska, ente que controla un 49% del territorio de la antigua república cuando la minoría serbia ronda el 30% de su población, sigue viva.

Su líderes se han apresurado a desligar la creación de este ente de la figura de Karadzic. Los mismos que blanden la amenaza de responder a la independencia de Kosovo reivindicando la propia para unirse luego a la «Madre Serbia», tan querida por Karadzic y sus secuaces.

Porque si algo no va a lograr seguro la entrega de Karadzic -ni en su caso la más problemática de Ratko Mladic- es la solución a la actual partición de facto de Bosnia. A las tensiones entre la República Srprska y la Federación de Bosnia Herzegovina se añaden las que, periódicamente, se registran en el interior de esta última. Dirigentes croatas de Bosnia exigen periódica e insistentemente su propio ente en este cuarteado Estado, y ya tiene nombre: República Hrvatska.

Así las cosas, Bosnia cuenta actualmente con una Constitución cuya reforma sigue siendo, 13 años después del final de la guerra, el caballo de batalla. Con 14 gobiernos y 180 ministerios, el presupuesto público supone el 50% del actual PIB del país.

Todo ello en un país en el que el PIB por habitante no supera los 1.852 dólares y en el que la tasa de paro oficial alcanza el 40% de la población activa. Una Constitución que fue impuesta por los mediadores internacionales en Dayton y que nunca fue sancionada por la población en referéndum.

Con la exigencia de entrega por parte de Serbia de sus presuntos criminales de guerra prófugos, Occidente busca sin duda calmar su mala conciencia pero corriendo un tupido velo sobre su propia responsabilidad, por acción u omisión, en el drama de los Balcanes.

No falta, sin embargo, quien advierte de que el tiro podría salirle esta vez por la culata. Karadzic «no tiene nada que perder. Al contrario que Milosevic, estaba en el lugar del crimen y aprovechará el proceso para contar cómo ha podido escapar durante 13 años y sobre el papel de Occidente», augura la experta en justicia internacional Heikelina Verrijn-Stuart.

Florence Hartmann, ex poprtavoz de la que fuera fiscal del TPIY Clara del Ponte, coincide en que «Karadzic siempre ha dicho que si era detenido, hablaría sobre las promesas de los occidentales en torno a los Acuerdos de Dayton».

EEUU niega que su entonces mediador, Richard Holbrooke, le hubiera prometido impunidad a cambio de su aval. Pero no explica cómo Karadzic siguió viviendo con todo lujo en Pale hasta 1997 y ante los ojos de las fuerzas de la OTAN.

¿Confirmará Karadzic que Occidente sabía que los serbios de Bosnia iban a tomar el enclave de Srebrenica (8.000 muertos) y que simplemente dejó hacer?.

Sería un buen homenaje a las 100.000 víctimas mortales de una guerra tras la que la misma Croacia e incluso muchas potencias occidentales, y hasta la ONU, siguen prófugas. Una guerra que provocó 27.000 desaparecidos (cifras de Cruz Roja Internacional) y el éxodo de 2,25 millones de habitantes (el 53% de la población), de los que sólo 600.000 han vuelto a sus lugares de origen.

Y que dejó a un país en ruinas, económica, social y políticamente. En 1991, y ante el Parlamento bosnio, un crecido Karadzic advertía a los bosnios, que exigían la independencia, de que «eso os conduciría a la desaparición, porque el pueblo musulmán no podría defenderse si aquí hubiera una guerra».

Un mensaje premonitorio de lo que ocurrió a la postre y de sus consecuencias, actualmente sangrantes. La justicia sigue sin hallar a Bosnia.

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