Maite SOROA | msoroa@gara.net
Don Erre que Erre era un aficionado
El juego es antiguo pero parece efectivo. «El Mundo» lanza el bulo, lo retoma La Cope y luego una pléyade de amanuenses de nómina y mendrugo se encarga de su multiplicación a fin de generar la suficiente «alarma social» para que algún juez vengador tome cartas (marcadas) en el asunto.
Ahora el monigote del vudú es Iñaki de Juana. Saldrá a la calle porque así lo dictan las leyes con las que le condenaron y Juan Morote, en «Libertad Digital», alarmaba ayer: «A partir del dos de agosto De Juana Chaos volverá a perpetrar otro atentado, esta vez contra las familias de sus víctimas». ¡Qué fuerte! Se explica el escribano: «El ataque consistirá en la afrenta que implica su mera presencia, su mirada desafiante carente del menor atisbo de arrepentimiento entre aquellos a quienes destrozó sus vidas. Su puesta en libertad supone una nueva humillación a las víctimas y también, aunque en menor medida, a cuantos las apoyamos». Este se ha aprendido de memoria la ley del embudo, ancho por su lado y estrecho por el otro. Busca explicación a lo que no comprende: «Una de las causas de su puesta en libertad hay que buscarla en aquella frase del Fiscal General del Estado cuando apuntó que los encargados de hacer cumplir la ley y defender a las víctimas de sus agresores sabrían mancharse las togas con el polvo del camino. Eran los tiempos de la rendición del Estado ante la ETA. Aunque hubiera sido más exacto señalar que se mancharían las togas de sangre con el plomo del camino». No me da a mí la impresión de que el tal Fiscal General haya sido complaciente con De Juana, pero si lo dice Morote...
Y abunda en la tesis de Pedro J.: «Este etarra abandona la cárcel gracias a los 744 días de redención de pena que le concedieron por haber estudiado en la Universidad del País Vasco. Permítome recordarle a la vicepresidenta que hace mucho tiempo que en la Universidad del País Vasco desapareció la libertad. Cada una de las calificaciones que figuran en el expediente universitario de José Ignacio De Juana es mentira: unas han sido puestas gustosamente por encubridores de un asesino como él, otras simplemente por miedo, y las demás son meras falsificaciones». El del mendrugo haciendo el ridículo para bailarle el agua al señorito y Pedro J. bañándose en su piscina ilegal y tostando la tonsura al sol. ¡Qué país, Miquelarena!