Julen Arzuaga Abogado
Los otros
Con las múltiples expresiones del conflicto que afecta a Euskal Herria como telón de fondo, el autor hace un repaso a los diversos posicionamientos que ante esas expresiones toman diferentes actores sociales, individuales o colectivos. Y en ese marco, reivindica la protesta y la crítica como activo contra la imposición, la coacción y la represión.
Ronald Dworkin, filósofo estadounidense preocupado por estas cosas del derecho y la democracia, considera que «los derechos humanos son los triunfos con los que cuenta el ciudadano para intentar ganar al poder su partida de cartas diaria». Algunos ciudadanos, sin duda, nos enfrentamos al poder en esa partida, siempre intentando tener mejores cartas que el contrincante. Me pregunto por la actitud de los otros. Esos conciudadanos que pasan de la partida. No me refiero a esos que están ya sometidos a la influencia del poder, porque se deben a él por juramento -funcionarios, burócratas, asalariados por el poder, agentes y policías varios...- y la mayoría de las veces por devoción -por eso de que pisar moqueta absorbe voluntades-.
Me refiero a los otros, los de pié de calle que compartimos cola en la frutería, en el peaje de la A8 o en el banco -últimamente no en el colegio electoral, elemento identificativo de cómo van las cosas-. A esos que por hastío, por dejación o por alienación han decidido no jugar y han relegado la dirección de la partida en sus contrincantes. El ciudadano que decide pasar de la política, pero con su actitud, en algunos casos contradictoriamente enmascarada en una pose antisistema, lo que hace es donar gratuitamente sus triunfos en la gran partida a los que son sus contrincantes: el juez, el policía, el alto cargo institucional, el banquero...
El otro día me topé con un otro: un hombre que en un bar ridiculizaba abiertamente a manifestantes que nos habíamos comenzado a reunir en la plaza de Abadiño para marchar contra las obras del TAV que recientemente se han iniciado en dicho municipio. El hombre, haciendo alarde además de ignorancia supina, expresaba públicamente su desacuerdo con «éstos, que tienen que protestar por todo».
Bendita actitud, la de quien protesta, la del que se enfrenta a la imposición, la del que considera que, aún pequeño ante el poder, todavía afronta la desigual pelea. Pueblo íntegro el que exige ser preguntado y pugna por el control del timón de su futuro. Actitud ejemplar la de David frente al maldito Goliat. Maldito por el contrario quien se resigna, se abandona adormecido por las palabras redondas del Morfeo con forma de rueda de prensa institucional, gran empresa de la comunicación, canal público o privado de discurso único de televisión. Maldito quien ha perdido el espíritu crítico ante los grandes discursos vacíos de palacio, quien embotado su espíritu, los repite pretendiendo encontrar sin conseguirlo argumentos de alta ética. Ruin por dos veces el que protesta contra el que protesta solamente porque ejerce ese derecho.
Hay otro grupo de los otros al que no puedo evitar referirme, si bien lo tengo que hacer con el código penal en la mano y revisando jurisprudencia. Porque simplemente hablar de ellos es infractor del corsé penal de indefinidos contornos al que nos sometemos sus otros. Me refiero a ese grupo conformado por el coro estridente de las asociaciones de víctimas del terrorismo. Esos ciudadanos que empuñando el escudo de su sufrimiento y la lanza de su venganza, ejercen acusaciones populares en tribunales excepcionales contra el disidente, sea éste un voluntario de ETA, un organismo popular o la dirección de un periódico.
Estos «otros» se reúnen con ministros para exigir que se apriete aún más la tuerca de la represión, para provocar más la involución de derechos y libertades que se ha producido en su país y que sólo afecta al mío. Estos grupos de choque que son convocados para hacer descarrilar un proceso de normalización, negociación, paz o como quiera denominársele. Ciudadanos ellos, que tienen a su disposición todo el aparato estatal para regalarse reconocimiento, reparación, rehabilitación y se oponen a sangre y fuego no sólo a que lo obtengan los otros -víctimas de la violencia de estado que ellos jalean- sino que claman abiertamente venganza, en forma de cadenas perpetuas y penas capitales para quienes, en un contexto de confrontación siquiera en las ideas, se sitúan frente a ellos.
Durante años de sólo tener ojos para estas organizaciones, por medio de la oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo, organizando actos y homenajes hacia un lado, el director de Derechos Humanos, Jon Landa, se ha acordado de sus otros, realizando un informe sobre Víctimas de Vulneraciones de Derechos Humanos Derivadas de la Violencia de Motivación Política. Tras este complicado nombre quiere hacer un primer ejercicio de reconocimiento institucional hacia quienes han sufrido la violación de derechos humanos por parte del único que puede violarlos, el Estado.
Este trabajo, que desde nuestro punto de vista es todavía sesgado e incompleto, se ha ganado la crítica consabida de PP y PSOE, mientras que el PNV dice que lo tiene que analizar. Sin embargo, la directora de Víctimas de Terrorismo, Maixabel Lasa, órgano dependiente del propio Departamento de Interior, ya consideró «grosero e inoportuno» su anuncio. El gobierno autonómico, en su conjunto, el que primero tiene la convicción de que la Guardia Civil tortura y posteriormente les felicita públicamente por sus detenciones, para que, como ha ocurrido en el último de los casos, se cumpla su convicción, está atascado en un difícil limbo. Por supuesto, no quiere reconocer que él y su policía ha causado víctimas en este país -recordemos la reciente e impactante imagen del zanpanzar herido en Zornotza-. Pero no encuentra acomodo en esa burbuja levitante, en su plataforma de marfil desde la que se quiere situar por encima del bien y del mal.
Resolverá el problema con ayuda de la expresión «sin falsas equidistancias» para nuevamente poner el eje de la balanza en el lado de sus apetencias y cargar contra quienes reclaman lo que aquellas otras víctimas ya tienen: reconocimiento y reparación, pero sobre todo, garantía de que las torturas, las ejecuciones, las desapariciones... no se repetirán. ¿Puede ofrecer esto el Gobierno de Gasteiz a sus otros? ¿Puede garantizar a sus ciudadanos legítimamente protestones que no se verán sometidos a la violencia de ese Estado a quien representan en algunas tierras vascas? Simplemente, no, al menos sin enfrentar un proceso de resolución definitivo, incluyente, democrático, global.
La famosa película de Amenabar, a quien copio el título del artículo, muestra esa dicotomía entre vivos y muertos, entre los que están a un lado y al otro. Para observarlos, todo depende de dónde se ponga la cámara. Interprete bien la metáfora, señor juez. Me refiero solamente a que, en este conflicto de sufrimientos, unos han sido los que han recibido todos los parabienes del poder, incluido el del suyo, el poder judicial, mientras que los otros sólo han encontrado por respuesta la espada de la justicia sin balanza, el palo sin zanahoria. Unos, ciudadanos y poder, frente a otros, los despojados. Los otros frente a los unos.
Depende donde pongas la cámara. Mientras, nosotros continuamos dando cartas, unos días jugando con protocolos que parecen no funcionar para dificultar la aplicación del tormento a los detenidos, otros días contando con la opinión de relatores de Naciones Unidas, los más echando mano de la carta siempre en la manga de movilizaciones, pancartas, carteles, murales... con el discurso de los derechos humanos, bandera que corresponde al pueblo que protesta, que reivindica su aplicación y observancia, que requiere ser tenido en cuenta, escuchado, reconocido como soberano y reconocido en su sufrimiento. Ese pueblo, o al menos la parte de él, que sigue señalando, una y mil veces, a quienes juegan y ganan las partidas con un solo triunfo: el as de bastos.