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Raimundo Fitero

Cada año

Uno de los rituales de los inicios de la temporada futbolística, además de las consabidas presentaciones oficiales, los fichajes de mercado, las declaraciones optimistas y las amenazas de huelga de futbolistas, las advertencias de bajada de categoría de los equipos morosos, las giras o bolos de los equipos para recaudar un poco de liquidez, es el anuncio que preparan los publicistas del Atlético de Madrid para ampliar su número de socios. Son unos anuncios de uso interno, pero que dada su calidad y su contenido acaban difundiéndose por todos los canales, es decir que contribuyen a la campaña, y se encuentran en todos los otros soportes que tanto utilizamos para cerciorarnos de las cuestiones más inverosímiles acaecidas en nuestro universo digital.

El de este año, a mi entender, tiene el don de la oportunidad. Al menos yo entiendo que su mensaje final es bastante apropiado para los tiempos que corren, aunque tenga como protagonista principal a un soldado del ejército español en esas misiones por los Balcanes que se hace amigo de un pastor lugareño y le va contando sus problemas con la trayectoria de su equipo preferido, al que todos conocen con el sobrenombre de «el Pupas», debido a su mala suerte, a sus desastrosas campañas que parecen son la herencia de ese otra gran homínido que presidió el club e hizo de Marbella su sociedad limitada para la corrupción inmobiliaria, Jesús Gil Y Gil.

La conclusión que saca el forofo colchonero es que cómo puede interesarse por sus pequeños problemas circunstanciales y exógenos un hombre que acaba de perderlo todo. La imagen final es el supuesto pastor vestido con una camiseta del «Atleti» de espaldas, contemplando su rebaño y una voz en off reflexionando de manera muy acertada, ya que verdaderamente un gol, un penalti, un club de fútbol no son otra cosa que sustitutos de las pulsiones tribales, religiosas, alienantes, la manera de masificarnos, y sigo en mi retórica «vintage», como dijo el clásico se trata del opio del pueblo, pero con un agravante, es también el opio de los que machacan al pueblo. Se presenta precisamente como algo interclasista para perpetuar las clases y desmovilizar.

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