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Tomas Trifol Profesor y licenciado en Ciencias Humanas

La gracia o la desgracia

Si cualquiera se puede reír de su adversario y luego decir que se está riendo de uno mismo, pues como que se le va la gracia. Sobre todo si después de haberte desternillado en una de esas sesiones televisivas de los que llevamos ovejitas en nuestros vehículos te asaltan en el área de descanso de la autovía a Santander, a las cinco de la mañana, al grito de «puto vasco, os vamos a matar»

Es un pueblo de esos del país como tantos otros. Ni muy grande ni muy pequeño. Éste es mayoritariamente euskaldun. En uno de esos restaurantes de menús obreros, la tele española de turno ha empezado a emitir sus anuncios entre programa basura y telediario nacional del Movimiento. Me han puesto justo debajo del televisor y no llevo encima los tapones de los oídos que se suelen usar en la piscina.

La verdad es que, como no puedo evitarlo, oyendo los anuncios de cosmética y alimentación me siento simio, terriblemente mono, sensación que disminuye cuando miro la atenta cara televisiva de muchos de los comensales de mi alrededor. Éste es un país donde los mass media debería llamarse mas(s) baja; y aunque Euskal Herria difiere algo, las apariencias también engañan. Seguramente por eso se pone tanta televisión española y castellanohablante, aunque dicen que no es por desidia y que tampoco es por que lo vasco y euskaldun sea aburrido o sólo para niños, sino que se hace por neutralidad, que el castellano y lo español visten centralidad, no llevan marca ideológica y tampoco un largo etcétera de inconvenientes que pueden tener los vascos. Claro, son teorías de origen simio-científico, que traen cola desde antaño, difíciles de comprender, pero a buen seguro que llevan algo de racionalidad, al menos en lo referente al estado actual de su evolución.

También podría suceder a este respecto que el original euskaldun esté siendo sustituido por copias. Las malas lenguas dicen que lo que ocurre es que juega la ley de la oferta y la demanda, que apretando el botón del televisor 100 veces sólo tienes una probabilidad de que te salga algo en euskara y tres de que ese algo sea de una televisión del país. Es muy preocupante ver que a muchos de nosotros también nos está creciendo la cola, y no precisamente por delante.

Conozco a un tipo que se dedicaba a cambiar las cadenas de las televisiones en las salas de espera de los hospitales públicos o privados. Decía que en los pueblos euskaldunes había que ponerlas en euskara. Le paró una vez los pies el celador del hospital, que le vio trajinando políticamente en el aparato. El guardián del orden era todo un celador, votante del PSOE y de origen vallisoletano, es decir apolítico y del centro, que volvió a poner una cadena de centro.

Dicen que no hay nada más sano que reírse de uno mismo o de su propio país, aunque aquí ya es difícil hacerlo, que dentro de poco a este paso puede que la denominación de país sea anticonstitucional. Por eso se viene hablando ya de territorio. Antes éstos eran históricos, ahora como ya sólo llueve y nunca hace sol, lo de la historia como que no pega con el cambio climático. El sol parece que desapareció cuando se cambió lo de país por territorio.

Eso de reírse de tu territorio con la óptica del país del otro está en boga en la ETB2 desde hace ya tiempo. Para hacer risotadas sobre el derecho a decidir de los vascos -que mira que puede dar de sí-, el futuro del euskara o de las ikastolas nada mejor que la televisión vasca. Aunque yo sigo en mis trece. Si cualquiera se puede reír de su adversario y luego decir que se está riendo de uno mismo, pues como que se le va la gracia.

Sobre todo si después de haberte desternillado en una de esas sesiones televisivas de todos los que llevamos ovejitas en nuestros vehículos te asaltan a la noche, ahí en el área de descanso de la autovía a Santander, al ladito de tu casa como quien dice, a las cinco de la mañana, al grito de «puto vasco, os vamos a matar». Y doy fe de que le sucedió al que esto escribe. !Por la ovejita que produce risa, oye!

No tiene ninguna gracia llamar a esas horas a la Guardia Civil y que te digan que ellos no saben donde está esa área de descanso, ja, ja, ja, ja, y es que la semana anterior ETA se había cargado a un picoleto. Tú, civil, te preguntas qué tienes que ver en esa historia, y distingues ideas, ciudadanos y todo lo demás. Otros por lo visto, no.

De todas formas hay quien sostiene que hasta el chiste y la risa las genera el poder. Nadie, que yo sepa, se descojona de las derivaciones de la unidad de España, o de las de la Asociación de Victimas del Terrorismo. Nadie lo hace de la Ley de Partidos, ni de las connotaciones políticas de las sentencias judiciales y sus argumentos peregrinos, u otras cuestiones que podrían dar pie a años de risa estrambótica y carcajada compulsiva.

Nos podíamos reír de las víctimas de ETA, del título octavo de la Constitución, de la saña compulsiva que mueven contra todo lo que rodea a De Juana Chaos, de la obsesión contra los empresarios nacionalistas y sus pretendidos pagos a cuenta, o de su faraónico toro hierático presidiendo las entradas en Nafarroa o en Miranda allende el Ebro. Y cambiando de tema, pero no de saña, del mundo de su deporte, de que si no costó nada a España y le salió gratis, como afirma Rajoy, que su selección ganara la copa de Europa, etcétera, etcétera. Mira que pudiéramos pensar que Rajoy sabía que Zapatero hizo promesas de contratos millonarios a ciertas grandes empresas alemanas para apañar el triunfo de su selección... que no, que no, que es un chiste, que en los chistes siempre se exageran las tintas y se parten las verdades por la mitad. De todas formas al director de orquesta de todas estas risotadas le podríamos inmortalizar como estrella en los anuncios del Banco de Santander, por ejemplo... ¿Que no hace gracia y es una pasada? Es que todos juntos podemos... pero hay que saber qué es lo que podemos. ¿O no? Ja, ja, ja... ja, ja.

A lo dicho, que a muchos de nosotros todo esto nos debería hacer muchísima gracia si es que estuviéramos hechos de la misma pasta. Y la verdad es que no nos hace ninguna gracia y sentimos vergüenza de pensar que, alguna vez, si tuviéramos algo de poder, pudiéramos caer tan bajo.

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