GARA > Idatzia > > Kultura

Crónica | Quincena musical

Quince conciertos en un solo día, o cómo comenzar a lo grande un festival

Ayer dio comienzo la 69. edición de la Quincena Musical, y como cada año, lo hizo con una proliferación de espectáculos que se repartieron por los más carismáticos lugares de Donostia y sus alrededores, desde el Peine del Viento al Museo Chillida-Leku. Esta es la crónica de una de las múltiples combinaciones musicales que vivieron ayer los donostiarras.

p040_f04_97x120.jpg

Mikel CHAMIZO

Aún recuerdo una anécdota que me ocurrió hace ya unos cuantos años. Fue durante un día como el de hoy, de principios de agosto. Me dirigía con mi mochila a la playa de La Concha, en busca de unas cuantas horas de bronceado, cuando a la altura del antiguo mercado de San Martín a punto estuve de ser arrollado por un acelerado tren txu-txu -el trenecillo que pasea a los turistas- abarrotado de músicos que iban tocando la enloquecida sintonía de Los Simpsons. El susto fue de los gordos, pero me divierte recordar aquel accidente cada año, cuando empieza la Quincena, con su maratoniana jornada inaugural en la que uno se encuentra con la música donde menos se lo espera.

Ayer arrancó una nueva edición, la 69, y Donostia volvió a vestir de música sus rincones más carismáticos. El primero de los conciertos fue en un escenario convencional, el de la Sala Club del Victoria Eugenia. El chelista Razvan Suma y el pianista Iosu Okiñena dieron pistoletazo de salida a la jornada, con un recital que pretendía hacer un pequeño repaso a las distintas visiones con que los compositores se han acercado a este dúo en los dos últimos siglos, comenzando con una notable versión de una sonata de Beethoven y finalizando con una obra que veía la luz ayer por primera vez, «Wintersonnenwende-2», de Ramón Lazkano, una composición de una fascinación extraña que quizá echó en falta una interpretación algo más madura que revelase su magia tímbrica. En el descanso, y a modo de interludio incoherente pero divertido, aproveché para escaparme de la seriedad del recital clásico para ver el breve espectáculo de Kresala Dantza Taldea en el Boulevard, «Euskal Suite dantza lore sorta». Apenas duró viente minutos. El centenar de espectadores pareció pasárselo de lo lindo, pero el espectáculo se hizo algo corto.

Según fue avanzando la tarde, el tiempo fue haciéndose más acogedor, probablemente a sabiendas de que a las 17.30 h. había de empezar la fiesta infantil en los jardines de la sede del Coro Easo. Un espectáculo para niños y protagonizado por niños, los coros Araoz Txiki y Easo Txiki, que cantaron con gran entusiasmo las siete cancioncillas que jalonan el cuento «Jostailugilea», de Josu Elberdin. Pero con tantas actividades las horas se superponen, y los que ayer no queríamos perdernos ni un concierto tuvimos que salir corriendo para llegar al más atrevido de la jornada, «Ornitorrinkus», una propuesta innovadora que funde la música contemporánea, la electrónica y el bertso. Un espectáculo que, según sus creadores, es como un ornitorrinco: un bicho raro, porque reúne en un cuerpo características supuestamente incompatibles. Allí estaba Maialen Lujanbio, desgranando sugestivas palabras junto a una música extraña pero evocadora, que parecía fundirse con las ruidosas inmediaciones del pórtico de la Iglesia de San Vicente, en pleno casco antiguo de Donostia.

Tras un par de pintxos, nos dirijimos a nuestra última cita con la música, en este caso popular, junto a la escultura de Oteiza en el Paseo Nuevo. Ahí nos esperaban una buena cantidad de sorpresas de manos de ese hombre orquesta de los instrumentos tradicionales que es Juan Mari Beltrán, quien presentó un recorrido geográfico por nuestras músicas a lomos de «Orhiko Xoria». Un dulce postre para un atracón musical de envergadura. Y esto es sólo el comienzo...

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo