Maider Amorena
¡Qué gusto da, oye!
Bien entrado el verano, uno de los planes más recurrentes (para algunos, claro está) es ir a la piscina. Ayer decidimos ir a pasar la tarde. Unas horas de sol, agua, charlas y risas, y al término de la jornada nos apeteció ir al bar de las mismas instalaciones para tomar algo. Al acercarnos nos encontramos el bar completamente vacío y vimos a dos personas limpiando con gran empeño. Eran las 8 de la tarde y en la terraza había varias familias y cuadrillas tomando algo, pero por educación nos pareció mejor preguntar: «¿Cerráis?», a lo que el responsable respondió rotundo: «Sí». Tras una pausa en la que estábamos por volvernos, soltó serio y seco: «a las nueve». Con una sensación entre alivio e intención de explicar el por qué de la pregunta, le dijimos: «Es que como os vemos limpiando tan aplicadamente...». Dándonos la espalda (ya que estaban los dos limpiando fuera de la barra) y sin modificar su agrio semblante, nos espetó: «¿Es que tú en tu casa no limpias? Yo en la mía sí».
Lo que los demás hagamos en nuestra casa a esta persona no le importa en absoluto. Estar limpiando la barra, retirando pinchos, fregando el suelo y quitando la música es indicio de que se acerca la hora de cierre, por lo cual nosotras nos dirigimos a preguntar educadamente.
Con semejante experto en atención al cliente una se arrepiente de haberle regalado una sonrisa, unas palabras amables y hasta de haberse quedado a consumir allá. Es un gustazo ir con las mejores intenciones de respeto y trato con la gente y encontrarte con figuras tan agradables y de trato exquisito.
Muchas veces de la actuación de uno mismo depende el resultado de la mayor parte de las cosas que nos ocurren al cabo del día. Con esa actitud e intención, distinguido camarero, tu cosecha será, si no lo es ya, bastante escasa.