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Análisis

Nuevas campanadas de alerta

El avispero del Cáucaso se presenta estos días con nuevos ingredientes que amenazan con elevar todavía más la tensión en la zona. Los combates entre las tropas de Georgia y las milicias de Osetia del sur, apoyadas por Rusia, son la última prueba de una escalada militar que puede acabar salpicando al conjunto de la región.

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Txente Rekondo | Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Desde el 31 de julio, se han ido sucediendo una serie de acontecimientos que han desembocado en el conflicto actual.

El 4 de julio, Dmitry Sanakoyev, líder oseto partidario de Georgia y considerado un «traidor» por las fuerzas del sur de Osetia, salió ileso de un atentado, y el día 31, dos bombas hirieron a varios policías georgianos.

Estos días se ha tenido conocimiento de la llegada de decenas de voluntarios del norte de Osetia para unirse a las fuerzas del sur contra las tropas de Tbilissi, mientras que en Abjasia, las tropas locales se han desplegado en la frontera con Georgia.

Las conflictivas relaciones entre Georgia y Osetia del Sur se remontan en la historia de ambos pueblos, y radican en cierta medida en torno a «la propiedad histórica del territorio». Para los académicos georgianos, Osetia del Sur es uno de los centros más antiguos «de la cultura espiritual y material del pueblo georgiano, y ha sido una parte indivisible de Georgia durante siglos». Además, señalan que los osetos, procedentes del norte, son «recién llegados» y no tienen derecho ni tan siquiera a la autonomía. Los autores osetos señalan que han estado viviendo en la zona desde hace siglos, remarcando que son una parte de la nación oseta.

También hay que tener en cuenta el resentimiento oseto a raíz de las masacres de 1920, cuando Osetia fue dividida y el sur integrado a Georgia, y cuando en 1991 declaró su independencia y las tropas georgianas mataron a miles de osetos.

«Es la segunda vez en una generación que hemos sido víctimas de las masacres georgianas. Por ello, nuestra demanda de independencia no debe ser vista como algo idealista, sino pragmática», dicen.

Entre 1989 y 1991, Tbilissi puso en marcha una política para afianzar e imponer la supremacía georgiana, adoptando una ley que obligaba el uso de su lengua, promocionando su historia y cultura, y situando en la mayoría de los puestos clave a personas de esa nacionalidad.

En verano de 2000, se logró un acuerdo que reconocía la integridad territorial de Georgia y aceptaba el establecimiento de lazos especiales entre el sur y el norte de Osetia, garantizando un alto nivel de autonomía a Osetia del Sur y garantías internacionales para desarrollar posteriormente negociaciones de paz. Estos principios no han tenido mucho éxito.

La participación de actores extranjeros condiciona el desarrollo de los acontecimientos en todo el Cáucaso. EEUU y sus aliados occidentales, al igual que Rusia, mueven sus fichas en la región para hacerse con una posición privilegiada en clave de control geoestratégico y energético. Desde hace tiempo, Tbilissi está solicitando su entrada en la OTAN, lo que no es del agrado de Moscú, que no pierde oportunidad para desestabilizar al Gobierno georgiano.

Otro tanto hacen las potencias occidentales, situando un nuevo miembro de la OTAN en la frontera rusa. Georgia se siente muy vulnerable ante Moscú, por lo que busca el apoyo occidental y ve la presencia de tropas «de paz» rusas en Osetia o Abjasia como una amenaza directa.

Por su parte, Rusia quiere mantener su presencia como freno al despliegue de tropas de la OTAN en Georgia.

Finalmente, Osetia del Sur y Abjasia miran a Tbilissi como una amenaza permanente, y perciben la presencia de tropas rusas como una garantía para su seguridad. Rusia no reconocen la independencia de facto de esas naciones, pero procura medidas que ayudan a la misma, como la desaparición de visados o el aumento de las relaciones económicas.

El doble rasero de esas potencias es otro dato a tener en cuenta. Tras la declaración de independencia de Kosovo, las repúblicas del Cáucaso solicitaron otro tanto, pero en esta ocasión, el aliado occidental en la región es Georgia, por lo que los dirigentes occidentales prefieren cerrar filas con Tbilissi.

Georgia sigue empeñada en «restablecer el orden constitucional» en todas las repúblicas «separatistas», pese a la oposición mayoritaria de su ciudadanía. Y en medio de estos pulsos entre los actores internacionales, los perdedores una vez más son las poblaciones locales, sometidas a los caprichos de esas potencias extranjeras, que no dudan en anteponer sus intereses aun a costa de extender el sufrimiento.

En los próximos días se intensificaran los temores y ataques, que tal vez se extiendan a la vecina Abjasia, donde algunos grupos paramilitares georgianos ya habían amenazado en marzo con atacar intereses rusos y objetivos independentistas. En esta línea, Zurab Samushia, líder de la «Legión Blanca», apuntaba a posibles ataques contra la ciudad de Sochi, sede de los Juegos Olímpicos de Invierno, lo que causaría importantes dificultades a Rusia.

No podemos olvidarnos tampoco de la volátil situación del norte del Cáucaso, donde los rebeldes chechenos siguen su campaña contra la ocupación rusa, o como en la vecina Ingushetia, donde algunos informes apuntan el imparable avance de los grupos rebeldes.

El abanico de conflictos de esta región demanda una solución dialogada, basada en el respeto a la voluntad de los pueblos, y si ésta se materializa en el ejercicio del derecho de autodeterminación, los estados de la región y actores extranjeros deberían respetarla.

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