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El polvorín del Cáucaso

República de Abjasia, la eterna espera

Mientras los georgianos parecen estrellarse contra el «muro ruso» en Osetia del Sur, los abjasos contraatacan para recuperar el territorio que se les arrebató en 2006. Abjasia lleva años esperando: un ataque a gran escala desde Georgia, el reconocimiento internacional o las Olimpiadas de Invierno de 2014.

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Karlos ZURUTUZA

Sujum

Este año han venido menos turistas, pero las playas siguen llenas», asegura Viacheslav C. No parece que la guerra inminente contra Georgia haya disipado la sed de sol y mar de los miles de turistas rusos que se acercan a Abjasia en temporada alta. Y es que, antes de ser una república de facto en permanente estado de alerta, esta pequeña región empotrada entre el alto Cáucaso y el Mar Negro era la perla del turismo soviético, donde el politburó tenía sus casas de veraneo; el paraíso terrenal del mundo socialista.

El bajón en la llegada de turistas se ha visto compensado estos días con un incremento de soldados rusos en Abjasia, unos 4.000, según Tbilisi. Donde antes atracaban los cruceros de lujo hoy abren sus pontones las barcazas que transportan a las tropas rusas, cerca del lugar donde sus compatriotas se tuestan al sol. Para el turista medio ruso, el clima subtropical y el exuberante paisaje compensan cualquier incomodidad. Nunca ha sido demasiado exigente.

Viacheslav también veranea en su Sujum natal aunque el resto del año vive en La Haya. Y es que este lingüista que, entre otras cosas, ha estudiado la posible conexión entre el euskara y el abjaso, es el «representante de la República de Abjasia en Europa Occidental»; una suerte de embajador de un país que nadie reconoce. Abjasia cuenta también con un representante en Transnistria, otra república «en el limbo», oficialmente parte de Moldavia, y recientemente abrió una legación en el norte de Chipre. De su legación en Osetia del Sur todavía no hay noticias.

Desde que se separara de Georgia en 1993, Abjasia ha sido dueña de su destino o, mejor dicho, copropietaria del mismo junto a Moscú. La guerra por la independencia se saldó con miles de muertos y la expulsión de todos los habitantes de origen georgiano, que constituían entonces la mitad de la población. A algunos se les permitió volver en 1999 a la región de Gal, en la frontera con Georgia. El único requisito era que los retornados no fueran «criminales de guerra». Hoy Gal (Gali, en georgiano) es un lugar fantasmagórico donde deambulan las viudas.

Fieles a la tradición, guardan riguroso luto y portan las fotografías de sus familiares fallecidos en medallones cosidos a sus ropas. Las vacas campan a sus anchas en una carretera apenas transitada y contemplan indiferentes el paisaje de la destrucción que las rodea: casas sin fachada o fachadas sin casa; escaleras solitarias que no llevan a ninguna parte, balcones colgando en ángulos imposibles... Ningún abjaso se acerca nunca a Gal; ni siquiera la señal de Aquafon, la compañía de telefonía móvil abjasa.

Nada que ver con la otra frontera, la que comparte con Rusia, justo al otro extremo de la república. Los veraneantes en pantalón corto entran y salen junto a los campesinos locales en sus vetustos Ladas cargados de mandarinas; el principal producto de exportación de esta república subtropical. Estos últimos atraviesan la frontera a diario gracias a su pasaporte ruso, ya que el de Abjasia no tiene validez fuera de este territorio del tamaño de Nafarroa. Pero a pesar de tener la ciudadanía rusa, y de que el rublo es la moneda en curso, Moscú no ha reconocido todavía la independencia de Abjasia. Probablemente el Kremlin ve en este pequeño territorio una especie de «zona de amortiguación» en su turbulenta frontera con Georgia y un arma que puede utilizar contra Tbilissi siempre que se le antoje.

Proyecto olímpico

La futura celebración de las Olimpiadas de Invierno en Sochi, justo al otro lado de la frontera más transitada, ha despertado todo tipo de especulaciones sobre un desarrollo acelerado de Abjasia a la sombra de los aros olímpicos. Moscú incluyó a Abjasia en el proyecto olímpico de manera oficial el pasado año; nada extraño si tenemos en cuenta que la pequeña república está más cerca de las instalaciones deportivas que la propia Sochi. Empresas rusas ya están reasfaltando la carretera que va desde Sujum, la capital abjasa hasta la frontera, y a pesar del continuo robo del cableado eléctrico, patrullas de soldados rusos luchan por reestablecer la vía férrea que atraviesa el país de este a oeste. Se habla también de reimpulsar la industria cementera en previsión de las ingentes cantidades de material de construcción durante los próximos seis años, y, como no, la clase especuladora rusa empieza a ver en ciudades como Gudauta, Gagra y la propia Sujum grandes posibilidades de inversión inmobiliaria. No en Gal, por supuesto.

«A todos los que penséis en comprar casas en Abjasia os recuerdo que tienen dueños legítimos y que, antes o después, las recuperarán», ha avisado el presidente de Georgia, Mijail Saajashvili, más de una vez. Y es que, tras la marcha forzada de la mitad de la población hace más de 15, años la oferta inmobiliaria sigue siendo tremenda. Por menos de 4.000 euros se puede adquirir un apartamento a pie de playa, de una de esas donde «se jugó a fútbol con las cabezas de los cadáveres georgianos», según dijo Saajashvili.

Sea como fuere, está claro que los intereses de Rusia en Abjasia son incluso mayores que en Osetia del Sur. Está en juego el veraneo, pero también las inversiones, tanto las privadas como las públicas, y lo que es más importante: la imagen que el país más grande del mundo quiere proyectar dentro de seis años. Sochi no se toca.

La «otra» Abjasia

El desvío de la atención provocado el sábado tras el ataque de rusos y abjasos contra posiciones georgianas pilló de sorpresa a propios y extraños. Y es que apenas se sabe nada de la «Alta Abjasia», un lugar casi inaccesible perdido en las montañas del noreste de Abjasia cuyo control recuperaron los georgianos en 2006. Saajashvili violaba el tratado de paz firmado en el 94 que le comprometía a no realizar incursiones armadas en suelo abjaso, pero daba un golpe de efecto ante un electorado que veía cómo las promesas de «restablecer la integridad territorial» no se cumplían. La región recuperada, apenas habitada, permanece aislada por la nieve desde octubre hasta bien entrada la primavera. La mayor parte del tráfico se realiza en helicóptero, aunque se hizo un esfuerzo titánico para construir una carretera que se antojaba imposible de mantener operativa.

Así las cosas, la diminuta aldea de Chkalta se convertía de la noche a la mañana en la capital de la recién creada «Alta Abjasia». Se abrió un campamento para «jóvenes patriotas», una «oficina de información de la OTAN», y la que sería la nueva «residencia oficial del Gobierno abjaso en el exilio», hasta entonces en Tbilissi; un proyecto de construcción titánico que se desmoronó al poco bajo las bombas de unos misteriosos aviones nunca identificados. Rusia lo negó todo.

El estado en el que quedó esta improvisada jurisdicción recordaba a una Gal en miniatura en mitad de la selva de Irati pero Tbilissi seguía y sigue controlando una estratégica atalaya desde la que lanzar un ataque directo sobre la capital abjasa. Los próximos días dirán si Georgia es capaz de mantener su mirador sobre la pequeña pero rebelde república de facto.

¿Quiénes son los abjasos?

Mientras que los georgianos pertenecen al llamado «grupo surcaucásico», los abjasos son parientes más cercanos de otros pueblos del Cáucaso Norte como los circasianos o los chechenos, entre otros. Constituyen alrededor de la mitad de la población actual de Abjasia (190.000) y comparten dicho territorio con rusos, armenios, griegos y mingrelios (de origen surcaucásico) principalmente. Su lengua, que cuenta con apenas tres vocales y 58 consonantes, está en claro retroceso frente al ruso, que es la que cuenta con más prestigio y la que todos entienden.

La mayoría de los abjasios son cristianos ortodoxos aunque la religión más extendida entre los miembros de la diáspora, la mayoría en Turquía, es el Islam.

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