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Un nuevo intento de desestabilizar Líbano

Ayer, el mismo día en el que el presidente libanés, Michel Sleimane, realizaba una visita histórica a Siria, una bomba en un autobús estalló en Trípoli, ciudad costera de Líbano. Diez de los dieciocho muertos eran militares del Ejercito libanés, y eso hizo que diferentes fuentes apuntaran al grupo suní Fatah al-Islam como posible autor del atentado. Ese grupo mantuvo el año pasado un fuerte enfrentamiento armado con el Ejercito libanés en el campo de refugiados de Nahr al-Bared, en las afueras de Trípoli. En aquel momento el ahora presidente Sleimane era jefe del Ejército y, al considerarlo responsable último de su derrota en aquel enfrentamiento, el grupo suní le tiene entre sus objetivos prioritarios. Sleimane dirige junto a Fouad Siniora y con el apoyo de Hizbulla un nuevo gobierno de unidad nacional. De todos modos, hasta el cierre de esta edición no había constancia de reivindicación alguna.

Líbano es un país convulso casi por naturaleza, tanto por su composición étnica y religiosa como por su posición e historia. En todo caso, el actual Gobierno y su presidente han conseguido aglutinar a las diferentes comunidades y familias políticas en torno a un incipiente proyecto común. Por eso, en este momento más claramente que en otros, las amenazas provienen de fuera de Líbano.

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