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Análisis

Un circo con dos pistas

 También recuerdo que un amigo de mi padre, persona letrada e ingeniosa, pero pobre, solía animar con una frase prometedora a los camareros que le servían: «Toma hijo, esto para café». Y les daba un terrón de azúcar.

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Antonio ALVAREZ-SOLÍS Periodista

El paquete de medidas y programa de reformas aprobado por el Consejo de Ministros español para «dar respuesta a los frentes en los que se manifiesta el frenazo» económico recuerdan al periodista a los hermanos Castilla, que introdujeron en el Estado español el circo de dos pistas, un escenario que posibilitó aumentar el entretenimiento y daba, al tiempo, facilidades para amañar el contenido de números de circo.

Era yo un adolescente cuando los famosísimos hermanos Castilla introdujeron en España el circo con dos pistas, que funcionaban simultáneamente. La invención resultaba muy eficaz por cuanto el público había de pasar con suma rapidez de una pista a otra, lo que aumentaba el entretenimiento a la par que daba facilidades para amañar el contenido de varios números del circo.

Recuerdo que llamaba mucho la atención un domador de pulgas que tiraban de una diminuta carroza de papel. La carroza circulaba lentamente sobre una mesa muy alhajada de sedas frente a un público que se desojaba inútilmente por ver las pulgas, pero la fe en las habilidades circenses compensaba cualquier duda sobre aquella maravilla que el elegante adiestrador regía con vigorosas voces como si gobernara caballos. Debo a los hermanos Castilla mi primera instrucción moral sobre lo que puede lograrse de los humanos si se cuenta con una pista bien iluminada.

Pensaba ayer en los hermanos Castilla con su circo de dos pistas al considerar las propuestas del Gobierno de Madrid para reactivar la decaída economía española, que ahora paga incurias viejas añadidas al deteriorado horizonte internacional. La verdad es que examinadas con mucha fatiga de la atención las propuestas que firma el Sr. Zapatero se llega a la primera conclusión de que estamos ante una pequeña nada entre dos platos. El mismo presidente del Gabinete se refirió a las medidas como iniciativas que están «dentro de las posibilidades que tiene el Gobierno».

Puesto a tirar de recuerdos, la frase me trajo a la memoria las palabras con que Cagancho brindó un toro a unos franceses a los que quería sacar un reloj o algo por el estilo: «Les brindo con todo cariño este toro y a ver si estoy mejor en el siguiente, porque en éste voy a estar regular». Y le echaron la res al corral tras una serie de carreras gloriosamente gitanas.

La verdad es que las citadas medidas impulsoras de la difunta economía española se reducen a unos escasos miles de millones a distribuir en dos años y que tienen por objeto facilitar la construcción de viviendas protegidas y reforzar al ICO para que facilite algunos créditos a la pequeña y mediana empresa.

Pero si se contempla el estado en que se hallan estas populosas empresas me pregunto qué resurrección logrará el Sr. Zapatero cuando destina a tan cordial finalidad seis mil millones de euros a repartir entre los años 2009 y 2010. En primer lugar las pyme precisan un urgente tratamiento de UVI y unos medios mucho más voluminosos. Creer que la economía va a experimentar un estirón con tales cantidades es pensar como un alcalde de Ponferrada, por ejemplo y con toda mi admiración por Ponferrada. Aún está caliente la entrega del primer plazo de la ayuda de cuatrocientos euros que el Sr. Solbes está pariendo con cesárea para conseguir que unos millones de españoles se lancen como los hambrientos soldados de los Tercios a un reanimador consumo keynesiano. La verdad es que los gobernantes españoles creen que los ciudadanos hacen milagros. También recuerdo que un amigo de mi padre, persona letrada e ingeniosa, pero pobre, solía animar con una frase prometedora a los camareros que le servían: «Toma hijo, esto para café». Y les daba un terrón de azúcar.

Lo que suscita el pasmo de los que aún no están avisados sobre lo que es el socialismo español, al menos en los últimos sesenta años, es el descaro con que el Gobierno Zapatero se acoge al neoliberalismo de Friedman, aliado fiel de los golpistas de Latinoamérica. No vale ya la pena comentar el resto de las pobres medidas clamadas desde Moncloa, como la de desorganizar las cautelas en torno a la construcción y demás obras, ya públicas ya privadas, con el afeite de suprimir trámites medioambientales para que el cemento se restaure un poco; la entrega de los servicios -que producen el 70% del PIB español- a posibles empresas extranjeras a las que se le pasa el muerto de la recesión para que vengan a España a hacer su agosto; o la de suprimir el control de los colegios profesionales en un Estado donde toda vigilancia es poca. Todo esto producirá, creo, la oleada de maltrato económico y laboral que ha acontecido y acontece aún en Latinoamérica. Pero pasemos de ello en la urgencia de este comentario. Lo que llama la atención de esta riada de normas directas o de repercusión en cadena es que se ha producido al amparo de la laxitud de agosto; con el volumen agobiante de sus posibles consecuencias de presente y aún más, de futuro; con el Parlamento -¡ay, el Parlamento!- de vacaciones. Es decir, con toda la picardía del shock de los Chicago boys. Así lo hizo la alta burguesía en Uruguay, Argentina, Bolivia y Chile en tiempo de los generales.

Aquí no hace falta tanto: les basta con la ignorancia política de los españoles. De cualquier manera el último Consejo de Ministros hizo lo de siempre en el Estado español: encargar estudios ministeriales a presentar en un futuro del que se olvidarán los plazos. No sé quién escribió exactos versos: «Trajeron un papel/ tomolo Bartolo/ leyolo, plegolo/ y dentro del protocolo/colocolo».

El caso es ganar días al año y confiar en que vuelva a descender la Virgen del Pilar. Aviso a los navegantes de bandera de conveniencia: hay negocio.

 

 
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