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La ikurriña en alto o la identidad de un pueblo

Anosotros nos corresponde ahora demostrar a los rebeldes nuestra determinación de ser libres. Si salimos derrotados, la próxima generación levantará en alto la ikurriña y continuará la batalla por la libertad que nosotros iniciamos». Estas palabras de Kandido Saseta, quien fuera comandante en jefe de Eusko Gudarostea, ponen de manifiesto el enorme valor simbólico que tuvo la enseña vasca para quienes ofrecieron sus vidas en las trincheras del 36, en defensa de la libertad y la democracia quebradas por la sublevación fascista. Y fue esa clara identificación con la lucha contra la imposición de los sublevados la que, tras la guerra, convirtió en proscritos sus colores durante los largos años de la ignominia franquista.

La batalla por la libertad que anunciara Saseta, encarnada en este caso en la lucha en defensa de la ikurriña, no ha terminado. Nunca lo hizo. Su legalización en 1977 no fue más que un espejismo, el mismo que algunos creyeron ver en aquel proceso de transición política que realmente nunca existió y que enfrenta hoy día a Euskal Herria al empeño del sometimiento. Fue Fraga quien dijo aquello de que «antes de permitir exhibir esa bandera, pasarán sobre mi cadáver». Y quienes, como Fraga, nunca llegaron a admitir, ni mucho menos perdonar, la legitimación de la ikurriña y lo que simboliza, tratan ahora de recuperar el terreno perdido amparados en la prepotencia legal y judicial heredada de aquellos sublevados, y en la calculada pasividad de los que esconden la ikurriña en sus suntuosos despachos mientras cuelgan la española en los balcones.

Lizartza, Bilbo, Donostia, Durango, Atarrabia... En Nafarroa, la ikurriña no puede ondear ni siquiera en la calle. En Bizkaia, Gipuzkoa y Araba la española se está imponiendo, consistorio a consistorio. En Lapurdi, Nafarroa Behera y Zuberoa, la administración francesa relega la enseña vasca a mero reclamo turístico, alejada de cualquier espacio político o administrativo. Ayer, en Donostia, cientos de personas levantaron la ikurriña, según anunciara Saseta, como emblema de la lucha de un pueblo que resiste y busca decidir su propia libertad.

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