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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Ahora, la pena de muerte

Pascual Tamburri, faro de la derecha española desde su atalaya en «El Semanal Digital», no les deja pasar una a ZP y sus secuaces a pesar de titular, glorioso, a Alfredo Pérez Rubalcaba como «la estrella solitaria de este siglo político». Para, eso sí, acto seguido denunciar su inconsistencia porque «con el mismo temple con el que aceptó el diálogo con los asesinos de ETA y con el que defendió la benevolencia con De Juana hoy predica la mano dura». Vamos, que antes de empezar el artículo Tamburri ya ha estrellado a su estrella.

Ahí lo que le exige Tamburri es «sinceridad de fondo» y «coherencia». Para repartir más leña, como pueden imaginar: «Coherente es el político que, convencido de que no puede hacerse ninguna concesión a los asesinos, pide penas severas y completas digan lo que digan las encuestas y los analistas. Incoherente es, en cambio, quien cambia de postura según vayan las apuestas. Y por supuesto quien no tiene en este asunto un poco de `memoria histórica'». Ya empieza lo bueno.

Y Tamburri repasa la historia de ETA para concluir que «Para la clase política de hace treinta años, como para Rubalcaba hace dos, los etarras eran `presos políticos', y la causa de sus actos era política y susceptible de negociación. No sólo salieron de la cárcel, sino que fueron plenamente rehabilitados. Moralmente vencieron, porque el mismo Estado reconoció que sus actos eran, al menos, tan dignos como los de sus servidores o como los de la oposición democrática pacífica». Olvida Tamburri que lo que no era digno era servir a la dictadura. Y que ninguno de esos servidores fue «amnistiado», simple y llanamente porque hicieron un pacto de sangre para que ni siquiera fueran juzgados por sus crímenes.

Lo que prima es la mano dura: «España padece aún las consecuencias de aquellos complejos. Nadie discute que Japón y Estados Unidos sean democracias sólidas y más antiguas que la nuestra, pero muchos etarras, si hubiesen cometido sus crímenes allí, habrían sido ejecutados. Sin embargo aquí es improponible un debate sobre la pena de muerte, porque los dos grandes partidos (a diferencia de sus votantes y militantes) se escandalizan». ¡Cómo les gusta lo del paredón!

 

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