GARA > Idatzia > > Kultura

El neoyorquino hotel Chelsea, una leyenda bohemia en vías de extinción

El Hotel Chelsea, referente histórico de vida cultural y bohemia de Nueva York, alcanza los 125 años en una encrucijada. Los nuevos propietarios pretenden acabar con lo que aún queda de lo que fue y que en adelante sólo sea un hotel más. O tal vez, ni eso.

p030_f03_140x196.jpg

Jordi CARRERAS

En el número 222 de la calle 23, entre la 7a y 8a avenidas, unas placas en la fachada recuerdan a algunos de sus huéspedes más célebres y su catalogación como lugar de interés cultural y edificio histórico de especial preservación -el primero de la ciudad en obtenerla-. Elementos que indican que se trata de un establecimiento singular y con solera. Para confirmarlo, basta con entrar en el vestíbulo; allí se percibe claramente la huella que han dejado durante décadas artistas e intelectuales de todo pelaje. Un tránsito que ha convertido el hotel Chelsea en centro de referencia de la vida cultural mundial y de la bohemia de Nueva York, hasta no hace tanto.

En sus habitaciones se han escrito algunas de las páginas más brillantes del siglo XX. En una de ellas escribió Arthur C. Clarke «2001. Una odisea del espacio» y Jack Kerouac su obra cumbre «En la carretera». Mark Twain, Tennessee Williams, Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre, Arthur Miller, Thomas Wolfe, Gore Vidal, Charles Bukowski... son algunos de los muchos escritores, poetas y pensadores que, en un momento u otro de su vida, han sido sus huéspedes. Unos cuantos también encontraron allí la muerte. En noviembre de 1953, después de una fiesta, Dylan Thomas alcanzó el delirium tremens que tres días más tarde le costó la vida. También en noviembre, en este caso de 1988, murió el pintor Alphaeus Cole a los 112 años, después de haber residido los últimos 35 en una de sus habitaciones. Cole era, por aquel entonces, la persona más longeva de los Estados Unidos. Otros, como el novelista Charles R. Jackson, se cuenta que se han suicidado allí. Por todo ello, hace años que se rumorea de los fantasmas del Chelsea.

También una infinidad de músicos hicieron del Chelsea su hogar y disfrutaron de sus excesos. Gente como Janis Joplin, Dee Dee Ramone, Edith Piaf, Jimi Hendrix, Patti Smith, Keith Richards, John Cale, Grateful Dead vivieron temporadas y se corrieron sus buenas juergas entre sus paredes, a resguardo de miradas indiscretas... Allí, supuestamente, Sid Vicious asesinó a su novia, Nancy Spungen, tras una riña en una noche loca. Inspirado en las experiencias que vivió, Bob Dylan compuso «Sara»; Leonard Cohen dedicó «Chelsea Hotel # 2» a su relación allí con Janis Joplin. Ryan Adams, The Cult, Bill Morrisey o Jon Bon Jovi también han compuesto canciones y rodado videoclips influidos por la magia y por la historia de este legendario hotel.

El mundo del cine también ha bebido de las fuentes de Chelsea. En 1966, Andy Warhol rodó «The Chelsea Girls» y veinte años después Alex Cox llevó a las pantallas el trágico final de Vicious con su novia en «Sid & Nancy». En 2001 Ethan Hawke se centró en la rica vida creativa interior del hotel en «Chelsea Walls». Adrian Lyne rodó algunas escenas de su célebre «Nueve semanas y media», Luc Besson hizo lo mismo en «El profesional», y más recientemente Sidney Pollack en «La intérprete». Además ha sido escenario de diversos documentales, así como de una versión de la ópera «Aida», con leones vivos en el interior del hotel.

«Si te dedicas al mundo creativo y artístico, casi no tienes necesidad de moverte del Chelsea, aquí pasa de todo», cuenta Man-Lai Liang, una antigua modelo belga que, en la actualidad, se dedica a la organización de eventos por todo el mundo. Man-Lai fue al Chelsea con unos amigos desde Barcelona a pasar un fin de año y allí se quedó a vivir, hará de eso cerca de treinta años. Por eso comenta que «en este hotel sólo sabes seguro cuándo entras, pero nunca cuándo saldrás».

Pintores como Willem De Kooning, Frida Kahlo, Diego Rivera, Brett Whiteley y Jasper Johns; los fotógrafos Henri Cartier-Bresson o Robert Mapplethorpe; artistas visuales y escultores como Christo, Robert Crumb, Claes Oldenburg o Arman, también se han alojado allí. Además de plasmarlo y utilizarlo como plató, el cine también ha tenido ilustres embajadores residiendo en él, como los directores y actores Stanley Kubrick, Milos Forman, Dennis Hopper, Ethan Hawke, Uma Thurman o Jane Fonda. Más de un siglo en el candelero da para mucho y la lista de las personas creativas de todas las disciplinas que han pasado por el Chelsea, es interminable.

El romanticismo no cotiza

Sin embargo, pese a su glamuroso pasado, el futuro del Chelsea no se presenta muy halagüeño, por lo menos para lo que es su continuidad como núcleo cultural. Dos de los tres socios -que, sumando su participación, son mayoría- no están por la labor de mantener la filosofía que ha caracterizado históricamente a este hostal. Una filosofía que se podría resumir en el hecho de que durante décadas se han permitido largas temporadas en régimen de alquiler, y además, a muchos de los residentes -sobre todo, a pintores y escultores-, pagar con obras su estancia, sino sistemáticamente, sí regularmente. El tercer socio, Stanley Bard, que hasta junio del año pasado estaba al frente del Chelsea, no tenía inconveniente en aceptar este trato, lo que ha convertido el hotel entero, y especialmente, su escalera y pasillos interiores en una auténtica galería de arte. De hecho, el Chelsea continua «vendiendo» su mito; tanto la página web del hotel como los jabones y el champú en las habitaciones llevan la leyenda «A rest stop for rare individuals», algo así como «Un lugar de descanso y parada para individuos raros».

Pero los otros dos socios, Marlene Krauss y David Elder, han impuesto un nuevo rumbo y hoy ya no son posibles ni los pagos con especias ni las estancias prolongadas. «Stanley Bard tenía problemas con sus socios desde hacía unos años diez años e incluso le habían demandado. Por las presiones, también él empezó a cambiar con los inquilinos. Con algunos aceptaba trueques, con otros no, pero intentaba llevarlo y mantener un equilibrio entre la historia y el negocio», cuenta Man-Lai. «Han cambiado el espíritu del Chelsea. Antes los artistas sabían que si no podían pagar, podían negociar y eso favorecía un clima más creativo. En los noventa, ya sólo entraban huéspedes reconocidos, con dinero», añade a modo de lamento esta mujer cosmopolita, nacida en París, hija de padre belga y madre china, que en una época vivía tres meses al año en Nueva York, tres más en París, otros tres en Barcelona y el resto, dando tumbos por el mundo.

Los actuales rectores no se conforman con los cambios hechos hasta ahora, sino que quieren acabar con los residentes permanentes en el hotel, que ocupan el 60% de las 250 habitaciones y apartamentos. Para ello, han triplicado el precio del alquiler mensual, que en algunos casos ha pasado de los 600 a los 1.800 dólares. Algunos han optado por irse, mientras que otros han plantado cara en forma de denuncias en los tribunales. Entienden que tienen derecho a una renta estabilizada y por ello se han movilizado, creando el blog «Living with legends: Hotel Chelsea». Pero al precio que cotiza el metro cuadrado en pleno corazón de Manhattan, la lucha entre unos y otros intereses es encarnizada y ha enrarecido el clima del hotel, que en los últimos tiempos envejece más deprisa, puesto que los propietarios ahora hacen el mantenimiento mínimo imprescindible. Y eso que tampoco es que sea muy barato, si no se goza de una renta antigua. El «New York Post» alojó una temporada a un periodista para que escribiera desde el hotel; era en 1998 y pagaba 4.500 dólares al mes.

«El glamour del Chelsea ahora es más intrigante, no sabemos qué va a pasar», ironiza Man-Lai. Y añade que esta incertidumbre «ha reavivado el interés por el Chelsea, puesto que se intuye el final de una larga e histórica época y mucha gente quiere hacer su película o su trabajo antes de que se acabe todo». Uno de los que se han interesado es Sam Basset, el último que pudo entrar como residente y que esta primavera ha presentado un interesante documental. Trata de Bettina Grossman, una artista octogenaria completamente desconocida, residente en el hotel, que se ha pasado las tres últimas décadas viviendo en soledad y creando en una habitación del hotel una cantidad tal de obra que en el MoMA no creyeron que pudiera ser obra de una sola persona.

Pero acabar como un hotel más, al precio de 175 dólares la noche, no parece que sea el fin último que tienen en mente los actuales socios, que confían en poner el edificio a la venta, si consiguen desalojarlo de los residentes permanentes, lo que podría llevar años. La ubicación de este santuario cultural es privilegiada y el volúmen de negocio que podría generar la especulación inmobiliaria, enorme. Lo que, tarde o temprano, parece que propiciará su fin. Como ha pasado ya con otros tantos mitos. Definitivamente, el romanticismo no cotiza alto en los tiempos que corren.

1883,
su fecha

de construcción. Fue el primer edificio de la ciudad en ser cooperativa de apartamentos. Hasta 1899 fue el más alto, cuando a su alrededor se concentraba el meollo de los teatros. Pero, a principios del siglo XX, los teatros se desplazaron, lo que, unido a la crisis del momento, llevó a la bancarrota a la cooperativa. En 1905, el Chelsea abrió como hotel. «Tiene el aire de una gran dama que se encuentra en medio de una fiesta entre socios inferiores, pero que, en lugar de quejarse, decide disfrutar de la diversión». «The New York Times» describió así al edificio hace algunos años.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo