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Cuando China despierte


Ines INTXAUSTI | Crítica de televisión

Cuando China despierte» es una expresión que me lleva intangiblemente a la infancia. La solía pronunciar habitualmente mi padre. Hablaba de oídas pero, entonces, para él, Rusia, Alemania, China o Japón eran lugares comunes y describía la personalidad de cada uno de ellos como si hubiera pasado otras vidas allí; eso sí, siempre durante y después de la II Guerra Mundial. Luego, más tarde, mi experiencia en el mundo me ha dicho que China no tiene porqué despertar de ningún sueño, ya que nunca se ha quedado dormida. Sino, que se lo pregunten a Custo Dalmau... Cuando el diseñador catalán encarga en Shangai 150.000 camisetas a los laboriosos trabajadores ex maoístas y se retira a dormir a su hotel, los chinitos aprovechan el momento y clonifican otras 150.000 exactas durante la noche de Custo para revenderlas a un precio más exacto sin la plusvalía textil del diseño actual. Un lugar hermético para unos Juegos Olímpicos que, en pos de la transparencia informativa, sacan lo mejor y lo peor de cada uno de los países. En La 2 hay una comentarista, campeona en el ejercicio del ruido semántico ilimitado, que es capaz de decir «qué pasada» diez veces por minuto. Normalmente, cuando no ha pasado nada. Así que me la imagino reportando los Juegos de Moscú y las notas de fin de curso de Nadia Comaneci. Luego está la prensa escrita. Con una foto fija es difícil enseñar un recorrido deportivo al detalle. Pero de ahí a llenar el vacío cotilleando bajo la alfombra china, cuando aquí quién más y quién menos tiene los pies hundidos en el barrillo... Los JJ.OO. cada vez se parecen más a Eurovisión. Y quizá dentro de algunos años no sobren impúberes rellenas de algodón hormonal que quieran alterar sus coordenadas genéticas para engrosar el medallero deportivo (¿militar?) de su país de origen y prefieran retozar con extranjeros, sin tener que competir ni batirse en duelo nacionalista con ellos. «Majestad, le pasamos una dirección de unas masajistas muy buenas...», dijo Gomaespuma. Y la simpatiquísima Letizia contextó: «No, gracias; estamos en forma». Ole y Olé, patria querida.

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