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Jesus Valencia educador social

Ondarroa, la cerrazón genera insumisión

Sr. Arambarri, devuelva el sillón a sus dueños y la paz a sus paisanos. Los hechos están demostrando que la tenacidad y coherencia de Ondarroa no admite falsas componendas

Ondarroa, sin quererlo ni pretenderlo, se ha convertido en foco de atención más allá de sus límites municipales. No en vano reproduce a escala local buena parte de los ingredientes del conflicto nacional: una población que, democráticamente, elige a sus representantes; un estado absolutista que anula la decisión popular; una burguesía colaboracionista que se presta a operativizar el atropello; y una ciudadanía que se rebela de mil formas ante semejante desmán.

La gestora, cuando usurpó la voluntad de sus paisanos, creyó contar con unos cuantos recursos para salir airosa del enredo. El primero sería la memoria del paisanaje: todos recordarían que el presidente de la actual gestora había sido el primer regidor del pueblo tras la dictadura. No reparó el ex alcalde que su anterior gestión estuvo refrendada por los votos y que, en la actual, se ha apropiado del sillón municipal que las urnas le han negado. El segundo recurso con el que contaba la gestora era el contrario: la desmemoria de los lugareños. Ya lo insinuaron con frivolidad en los días del atraco: «de momento las aguas bajan revueltas, pero se trata de remolinos pasajeros; con el tiempo se restablecerá la calma». Parece que los «gestores» no acertaron en los pronósticos. Sus posteriores declaraciones de que las aguas se iban remansando eran más reflejo de sus deseos que de la realidad municipal; han pasado muchos meses y, a juzgar por las noticias, la indignación ciudadana sigue tan afilada como el primer día. La gestora intentó seducir a los díscolos (¡cuánto le gusta la seducción al PNV!) arreglando el paseo a Saturraran. Vano intento; los esquilmados siguen en sus trece y no cejarán en sus reclamaciones hasta que les devuelvan el sillón. Otra estratagema que utilizó la gestora fue la del madrugón. «Convocaremos pleno cuando el pueblo esté durmiendo o aprestándose para trabajar». Nueva previsión fracasada. Los estafados (¡ay que tormento!) aparecieron en aquellas horas tempranas acusándolos de «ladrones» y «españoles». ¿Recurrir a la Policía? Como solución de emergencia, sea; pero el tener que firmar los bandos municipales flanqueado por dos gorilones resultaba un poco feo. La gestora cambió de lugar para celebrar los plenos, pero tampoco su trashumancia resolvió el problema. Peor aún, al paisanaje expoliado le ha dado por la desobediencia civil: «si no tenemos derechos, tampoco obligaciones». Y, establecido tal principio de democracia básica, dejaron de pagar impuestos. Los gestores, muy al estilo peneuvítico, confiaron en que una agencia ejecutiva metería en cintura a los insumisos. Le adjudicaron tan engorrosa tarea a la única empresa que se presentó. Pero Gesmunpal, después de escuchar al vecindario, renunció a la concesión demostrando bastante más sensatez y responsabilidad que los adjudicatarios.

Sr. Arambarri, no ensaye nuevas chapuzas y salga del laberinto por la única puerta que conduce a una solución razonable. Devuelva el sillón a sus dueños y la paz a sus paisanos. Los hechos están demostrando que la tenacidad y coherencia de Ondarroa no admite falsas componendas. Sería penoso acabar su vida política como capitán de bucaneros.

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