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Maite Ubiria Periodista

Historia de un champiñón

El buscador de internet se ha visto contaminado por la fiebre olímpica. Le reclamo que me aporte datos nuevos sobre una quiebra industrial inducida por una multinacional del champiñón, pero se obceca en ofrecerme como alternativa un paseo por Beijing. No me interesan esos champions que lo mismo sonríen que lagrimean sobre el podium, hoy quiero conocer qué ocurre con unos empleados que visten de blanco inmaculado, emulando ante una inmensa cinta industrial a ese champignon que con aire coqueto invade con asiduidad nuestra cesta de la compra.

Hasta donde una sabe, la llama olímpica no pasó por la región francesa de Gers, pero en las inmediaciones de Mont Lozère unos empleados a los que, con perdón, un patrón pretende engañar como a chinos, han inventado una nueva disciplina: la quema del champiñón. Como se lo cuento. Hace apenas unos meses, en mayo de este año, directivos del grupo France Champignon y a su lado representantes financieros y de instituciones públicas saludaban el renovado impuso a una actividad económica de la que dependen 1.700 familias.

Apenas un mes después, los empleados de una de las plantas del grupo recibían una carta de despido. ¿Por qué una compañía que ha saneado sus cuentas con precedentes reconversiones y que hoy tiene beneficios -además de generosos apoyos públicos- echa la persiana? El cierre de la pequeña factoría forma parte del «reajuste» de un grupo que es ahora propietario mayoritario de una entidad de fondos de inversión, la Butler Capital Partners. Tales entidades, que brotan como champiñones, prometen unos niveles óptimos de beneficios a sus clientes, lo que les lleva a especializarse en acciones de piratería como la que denuncian unos veteranos trabajadores que llevan más de dos meses en huelga y que en su desesperación han optado por darle fuego al oro blanco.

Los champignons de Paris se cosecharán en Polonia, por manos obreras pero peor pagadas, y la empresa ganará más y los «modestos inversores» se sentirán por un día los reyes del Olimpo financiero. Todo gracias a un simple champiñón.

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