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Belén Martínez Analista social

Madmoud Darwich, el poeta de Palestina

«Anota: Yo soy árabe», podemos leer en «Carta de identidad» (1964). En el poema dedicado a Edward Said, dialogan acerca de la identidad: «¿Y la identidad?, digo yo. Autodefensa, responde él»

Me lo anunciaba un amigo apenado. Mahmud Darwich, el trovador de Palestina, el poeta del desarraigo y la resistencia ha muerto. Ironías del destino o del azar, cuando me comunicó la triste noticia, yo estaba leyendo «Comme des fleurs d'amandier ou plus loin» (Actes Sud, 2007), un libro que había comprado tres días antes. Con Darwich, aprendí que una tribuna de simples oradores no hace un país, y que las «lagartijas» son capaces de desafiar doctrinas de seguridad, logrando infiltrarse en el muro de la vergüenza...

El 28 de abril de 1988, cuatro meses después del comienzo de la primera Intifada, el primer ministro de Israel, Itzhak Shamir, utilizaba la tribuna de la Knesset, para denunciar a Madmoud Darwich, porque entendía que éste había «ordenado» a los judíos abandonar todo el país, para siempre, llevando consigo a sus muertos. El Estado de Israel iniciaba así una campaña de censura y terror contra Madmoud. Contra lo que el trovador significaba y representaba. Una campaña contra el derecho del pueblo palestino a desear la independencia y resistir contra la ocupación. Como si el hecho de no amar ni la ocupación ni los ocupantes fuera un delito de lesa humanidad. Para ello, contaba con la ayuda inestimable de activistas judíos a favor del diálogo con los palestinos, como Amos Kenan, amigo de Darwich, que llegó a «amenazarle» con un fúsil.

El propio poeta, en «La histeria del poema», lo expresaba de esta manera: «¿No habría de tener derecho el palestino a cantar a su patria como el israelí su expansionismo?». Y continuaba: «No. El árabe no tiene derecho a forjar su lenguaje más allá de los límites que el israelí le ha fijado. Lo que sobrepase esos límites es decretado como inhumano... ¿Qué es más terrible, la ocupación o el llamamiento al cese de la ocupación?... Nosotros no podemos responder a su necesidad permanente de fabricar su enemigo, el enemigo al que quieren dictar la conducta, el lenguaje, las reacciones, e incluso la forma de sus sueños. Un enemigo a la medida, que responda a todas sus consignas. El poema no es más que un pretexto; pero, ¿hasta cuándo, hasta cuándo? Nosotros les proponemos un negocio: que ellos supriman las colonias, y nosotros suprimiremos el poema». El poema en cuestión era «Pasajeros entre palabras fugaces». El Estado de Israel llevó a cabo un acto de propaganda sin precedentes para contrarrestar las posiciones favorables a la creación de un Estado palestino por parte de intelectuales tanto judíos, como no judíos.

En «Exil (4) Contrepoint» dice: «Tengo, para escribir, una lengua de vocabulario dócil, el inglés. Y tengo otra, venida de las conversaciones del cielo con Jerusalén...». Del trovador, nos quedan sus versos, sus esperanzas (y esperas), sus recuerdos y utopías, su legado humano y político. Darwich se pronunció contra los Acuerdos de Oslo, lo que le llevó a enfrentarse con Arafat y la OLP, de la que había formado parte.

«Anota: Yo soy árabe», podemos leer en «Carta de identidad» (1964). En el poema dedicado a Edward Said, dialogan acerca de la identidad: «¿Y la identidad?, digo yo. Autodefensa, responde él».

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