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CRíTICA quincena musical

Chamán Schlimè

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Montserrat AUZMENDI

Dentro de la programación de la Quincena, podemos encontrarnos con propuestas que se salen de lo trillado, como la peculiar sesión que el pianista Francesco Tristano Schlimè nos ofreció el pasado domingo en Chillida-Leku.

La idea de este joven músico (sólo tiene 27 años) sería, por resumirlo de algún modo, la de que los extremos se tocan, puesto que el programa que ofreció constaba de obras de dos compositores alejadísimos en el tiempo, como son Bach y John Cage, pero que, sin embargo, en realidad son cercanos en concep- to: minimalismo, pureza sonora. Schlimè nos demostró que es mucho más fuerte lo que acerca la música de estos autores que lo que los separa. Interpretó las piezas de ambos de forma alternada y sin solución de continuidad, mostrando de forma elocuente esta idea.

Comenzó su recital con «In a landscape» de Cage, obra minimal donde las haya, monótona, obsesiva, que se mueve en cuanto a dinámica entre el piano y el pianissimo. La interpretó con calculada frialdad, hierático, y luciendo exquisito sonido. Le siguió el políptico «The seasons», con el que rompió la atmósfera hipnótica del comienzo. Su buen ataque, su fina pedalización y su capacidad para crear ambientes interesantes hicieron que la obra nos llegara en plenitud.

Sin embargo, lo más interesante fue la alternancia entre los «Cuatro duetos BWV 802-805» de Bach y los «Cuatro estudios» de Cage. La pureza del Bach de Schlimè fue una auténtica delicia. Interpretó los duetos sin pedal, con total claridad y una musicalidad exenta de ornatos superfluos. Los estudios de Cage tuvieron un aire totalmente cool. Lo mismo los tocaba de pie que sentado, siempre con enorme sutileza. Lástima que el ruidillo de fondo de la sala no nos permitiera apreciar bien los efectos de piano preparado. En este caso eran efectos simples, consistían en dejar ciertas teclas graves pulsadas con ayuda de cinta adhesiva, de manera que sus armónicos pudieran vibrar por simpatía. Pero, como decimos, apenas se apreció el efecto.

Continuó el recital con una espléndida versión de la «Partita en Si bemol» de Bach (fuera de programa), sin asomo de pedal, a pesar de lo cual conseguía unos legato perfectos, y con un sonido cuidadísimo.

El embrujo llegó al final. El pianista interpretó unas improvisaciones en las que tanto utilizaba el teclado como la cordera del piano pulsándola directamente, o incluso el armazón a modo de instrumento de percusión. Pero ya con el «Child of tree», de Cage también, nos dejó sin habla. Abandonó el piano para acercarse al público, con aire de ritual, agitando una gran rama y recreándose en el sonido que se producía. Lo mismo hizo con bellotas, acer- cándose al micrófono, ramas de bambú, hojarasca y otros elementos que producían sonido. Se nos aproximaba con aires de auténtico brujo. Pudo resultar curioso, pero el «efecto chamán» fue, sin duda, excesivamente largo y, la verdad, quizá estuvo fuera de lugar. Con todo, Schlimè es un estupendo pianista.

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