Historias de la inmigración
La tragedia de los hijos de la esperanza
Víctimas de un mapa. Desde el nacimiento. Imagínense un niño de pocos meses, en brazos de su madre. Y luego la imagen de ese mismo niño deshidratado, tras varios días bajo el sol, arrojado al mar por una ola. Y pregúntense por qué.
Gabriele DEL GRANDE
Yrepítanse la misma cuestión trece veces, pues trece es el número de bebés que perecieron en el mes de julio en las rutas de la inmigración en el Mediterráneo. Son los hijos que sus padres conciben o tienen en su viaje hacia Europa, un viaje que, no pocas veces, dura varios años. No tienen alternativa. Son los hijos de la esperanza que lleva a sus madres a arriesgar sus vidas atravesando el mar.
Se trata de mujeres somalíes, nigerianas o eritreas que, obviamente, no pueden dejar a sus bebés en países extraños como Marruecos, Libia o Mauritania. El drama afecta especialmente a las mujeres refugiadas. Así que siguen camino con sus niños y con sus niñas, cambiando pañales (si quedan) en las zodiacs, en las pateras. Pero las invisibles murallas de las fronteras no tienen piedad, ni tan siquiera con los bebés. Una vez muertos, su inocencia reflejará la única culpa con la que cargan sus padres: haber nacido en el lugar equivocado. Antes del mar, un mapa los sentenció a muerte.
La masacre continúa
Al menos 158 inmigrantes y demandantes de asilo murieron en julio tratando de llegar a la rica Unión Europea. Entre Libia, Malta e Italia las víctimas mortales fueron al menos 48, incluidos dos niños de entre dos y cuatro años, y dos mujeres embarazadas. En la ruta entre Marruecos y el Estado español, al menos se contabilizaron otros 48 inmigrantes ahogados, incluidos once niños. Entre Argelia y Cerdeña 38 argelinos desaparecieron al naufragar dos botes en alta mar. Y en el puerto de Venecia fue hallado el cuerpo sin vida de un refugiado iraquí en un contenedor.
Pero las muertes acontecen también en el paso de Calais; dos personas perdieron la vida tratando de llegar a Gran Bretaña en julio. Y otro tanto sucede al sureste de la Unión, donde en una carretera cercana a Estambul fueron hallados los cadáveres de trece inmigrantes arrojados al arcén por el conductor del camión donde perecieron ahogados. Estas trece personas viajaban junto con muchos más que viajaban en el camión. De hecho, la ruta entre Turquía y Grecia es cada vez más importante, puesto que las autoridades españolas están tratando de cerrar sus puertas y vías de acceso.
A este respecto, conviene apuntar también que el número de inmigrantes que llegan a las islas Canarias sigue disminuyendo. En la primera mitad de este año, se han registrado mil llegadas menos que en 2007 (4.557 en 2008 por 5.594 el año pasado).
También los menores son expulsados
Los inmigrantes están siendo repatriados (expulsados) por las patrullas de Frontex, y esto está siendo aplicado también a los menores no acompañados, por mucho que las noticias apunten a que los menores no son expulsados. No quizás en un primer momento (en un movimiento dirigido sin duda a la opinión pública), pero sí después. Así que la presión migratoria está derivando hacia el centro y este del área mediterránea.
Y las cifras son elocuentes: en la primera mitad de 2008 el número de desembarcos en Italia se ha triplicado, y en Grecia se ha doblado (sólo en los primeros siete meses de 2008 han sido interceptados 7.263 inmigrantes en el mar Egeo, por 9.240 en el conjunto de 2007).
¿Cuándo sales?
«¿Cuándo sales, hoy o mañana?». A finales de julio, John bromeaba, entre carcajada y carcajada, con Hammady en la plaza situada frente a la mezquita. Pocos días después, ambos arriesgaron sus vidas. Aquella noche, los gritos de John rasgaron la noche en pleno mar Egeo: «¡Nina, Nina!» Su mujer, la única a bordo, se salvó; todos fueron rescatados, pero pudo ser una masacre.
En un intento anterior, John y Hammady fueron dos de los veinticinco supervivientes del enésimo naufragio en el Egeo. Pero, en aquella ocasión, no fueron volteados por las olas, ni tampoco por los guardacostas griegos, sino por las autoridades turcas. Sucedió el pasado 4 de junio, en un punto indefinido de la costa turca, a unas dos horas en coche desde Esmirna. Hammady es un joven futbolista profesional de Costa de Marfil. Hablé con él en un bar de Esmirna, en el barrio de Basmane, detrás del céntrico gran bazar. En la taberna había eritreos y senegaleses, nigerianos y marfileños, pero también muchos argelinos y marroquíes, que probaban suerte desde una ruta lejana a sus costas. Todos ellos habían pagado ya a los kaçakçi (traficantes) en Estambul y pasaban los días en Esmirna esperando la señal para partir.
«Éramos 25 -me contó Hammady-. LLevábamos una hora en el mar cuando vimos que una potente luz se acercaba a nuestro bote a toda velocidad. Y escuchamos un fuerte ruido, algo así como una explosión. El bote comenzó a hundirse y caímos al mar. Afortunadamente todos llevábamos chalecos salvavidas». Fueron puestos en libertad veinticuatro horas después, y todos volvieron al barrio de Basmane, porque en estos casos tienen derecho a un segundo intento gratis, y luego a un tercero.
Además, ninguno de ellos podía volver a casa, porque, a menudo, sus familias se endeudan para poder pagar el pasaje a un viaje tan incierto como peligroso. En el caso de Hammady, era su sexto intento de llegar a Grecia. Lo consiguió pocos días después, y hablamos por teléfono.
Con Frank me encontré en Estambul, en Kunkapi. Frank proviene de Burkina Faso y, al igual que Hammady, llegó a Damasco con visado de turista. Allí contactó con un hombre de su misma nacionalidad, quien le puso en contacto con un guía sirio de Aleppo. Cada noche, pequeños grupos de 20 o de 30 inmigrantes pasan a pie la frontera siria con Turquía, en dirección a Hatay, la antigua Antioquía. Pagan 700 dólares a cuatro guías sirios. Uno de los guías camina a cierta distancia del grupo, mientras va dando instrucciones por teléfono. Sortean con facilidad las cámaras de vídeo de la línea fronteriza, camino de Antakya. Allí toman el autobús hacia Estambul. Pero el grupo de Frank fue interceptado por la Policía y todos fueron arrestados. Era el 23 de noviembre de 2007. Frank pasó seis meses en el campo de detención de Hatay. «El campo estaba dentro del cuartel de la Policía; estábamos 150 personas en un espacio de apenas 5 por 10 metros. Dormíamos incluso en el servicio. El invierno fue duro, y la comida escasa, y no contábamos con ningún tipo de servicio de asistencia sanitaria».
Sirva este pequeño esbozo para adelantar un reportaje sobre las durísimas condiciones de vida (por llamarlo de algún modo) en los campos de detención turcos. De esto hablaremos en la siguiente entrega.
Este es el cayuco en el que viajaban 56 inmigrantes gambianos y que el pasado sábado fue interceptado por la Guardia Civil en la isla canaria de La Gomera. Parece increíble que pueda viajar tanta gente en una embarcación tan pequeña, y enfrentarse en esas condiciones al Atlántico. En el mejor de los casos, estas personas cuentan con chalecos salvavidas. En este cayuco pueden verse restos de ropa y bidones de gasóleo y de agua para tratar de resistir el periplo. Pero si algo se tuerce, si ese pequeño motor se estropea, si las condiciones son malas, si las corrientes los desvían de su ruta... es fácil, y terrible, imaginarse lo que tantas veces sucede.