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Mariasun Landa reflexiona en Santander sobre la importancia que tiene el «ser traducido»

Mariasun Landa, quizás la escritora más traducida de la literatura en euskara, señaló ayer la importancia de esta tarea que, según dijo, «es una de las experiencias más bonitas que puede tener el autor».
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GARA | SANTANDER

La Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander tuvo ayer como protagonista del ciclo «Martes literarios» a Mariasun Landa.

En la rueda de prensa ofrecida poco antes del inicio de su conferencia, la escritora comparó el libro con «un ave que no sabes muy bien dónde se va a posar» y que puede llegar a «sitios insospechados», por lo que, consideró, «tiene una parte mágica maravillosa».

«Cuando escribes un libro estás lejana a pensar a quién llegará», señaló Landa, e insistió en la importancia de «ser traducido». La autora explicó que la traducción literaria «crea una inquietud», ya que, en su opinión, el escritor «siempre quisiera controlar un poquito el proceso». Landa es, sin duda, una de las autoras en euskara más traducida a otras lenguas. Además de al castellano, catalán, gallego, aranés, aragonés o asturiano, sus libros se han traducido al inglés, alemán, francés, bretón, griego, albanés, árabe o koreano. «Txan Fantasma», por ejemplo, está disponible en albanés o griego y «Josepi dendaria» en bretón.

Nueva obra autobiográfica

Por otro lado, reconoció que es «consciente» de que al escribir en euskara pertenece «a una literatura minoritaria» que, según concretó, «tiene unas ofertas, un lectorado y unos meca- nismos restringidos».

Landa también se refirió a su último libro titulado «La fiesta en la habitación de al lado», un «relato autobiográfico» que narra su primer año en París, cuando tenía diecinueve años. Según dijo, esta obra ha supuesto «la realización de un proyecto deseado» que, además, «contiene las claves de lo que posteriormente fue mi trabajo literario». Así, relató que «nada me hacía pensar que me fuera a dedicar a la literatura infantil» y precisamente fue durante su estancia en la capital francesa, cuidando niños, «cuando me di cuenta de lo fácil que me comunico con ellos» y donde, además, «descubrí esta labor de arqueología sentimental».

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