John Herzfeld es uno de esos directores de trayectoria irregular, con los que uno nunca sabe a que atenerse. El hombre ha intentado hacer productos independientes interesantes, aspiración para la que ha chocado con las ofertas serviles que la industria le ofrecía. Tuvo que debutar con «Tal para cual», un decadente producto hecho a la medida de unos John Travolta y Olivia Newton-John venidos a menos. Recuperó el terreno perdido con «Dos días en el valle», una incursión en el renovado cine negro a lo Tarantino que sigue siendo su mejor realización. Continuó en el thriller más comercial con «15 minutos», donde dirigió a Robert De Niro y Edward Burns. Y, en «Bobby Z», insiste en este mismo género con una película que no ha cumplido las expectativas de un reparto que prometía más del pobre resultado obtenido en pantalla.

La presencia de Laurence Fishburne y Keith Carradine no ha resultado suficiente para llevar a buen puerto a «Bobby Z», rutinaria adaptación de una novela de Don Winslow sobre suplantación de personalidad que podía haber dado bastante más juego, según la mayoría de los participantes de los foros de cine en internet. La opinión más extendida es que se trata de un producto destinado a acabar pasando desapercibido entre otros muchos similares, de los que no se distingue por ninguna característica en especial.

El esquemático argumento tiene ecos de «Gloria», salvando las distancias con la película de John Cassavetes, aunque sólo sea porque el protagonista ha de cargar con el hijo del narcotraficante al que suplanta, mientras ambos son perseguidos por los enemigos de aquel. Este convicto y exmarine interpretado por Paul Walker acepta la misión forzado por las circunstancias, pues la DEA le deja libre de la prisión en la que está a cambio de que se haga pasar por el mafioso muerto en una cárcel tailandesa.