La mala conciencia
«El otro señor Klein»
Dentro de su exilio en Europa, Joseph Losey abrió una última etapa francófona con «El otro señor Klein», que no desmerece de la anterior inglesa o de sus comienzos norteamericanos. La película la pudo realizar gracias al empeño personal de Alain Delon, que además de protagonizarla consiguió la financiación necesaria. La recompensa tomó la forma de tres premios César: a la Mejor Película, a la Mejor Dirección y al Mejor Diseño de Producción. Lo importante es que el cineasta fue coherente con su preocupación vital por el tema de la segregación racial y de la persecución ideológica, de la que fue víctima a causa de la caza de brujas. Contó con un bien armado guión de Franco Solinas, muy en la línea de sus dramas políticos para Pontecorvo o Costa-Gavras, si bien añadía el conflicto de la doble identidad.
El Klein que personifica Alain Delon es un arribista que saca beneficio de la ocupación, mejorando su situación económica gracias a la adquisición de los bienes confiscados a los judíos deportados a los campos de concentración. Su prosperidad se verá amenazada al conocer la existencia de otro individuo que lleva su mismo nombre, un sosías o suplantador que le puede perjudicar seriamente y llevar a una fatal confusión de identidades, ya que se trata de un perseguido por su condición de judío.
La cuestión es que se obsesiona con ese otro Klein hasta llevar a cabo una búsqueda detectivesca, aunque sólo conoce de tan misterioso personaje su voz, al igual que el espectador, y no puede ponerle cara. Sorprendentemente, cuando consigue el pasaporte y tiene oportunidad de sacar sus bienes del país, en lugar de huir, da la media vuelta y regresa para continuar con sus interminables pesquisas.
Es como si el supuesto doble formara ya parte de sí mismo, convertido en una especie de mala conciencia que no le deja vivir, que le recuerda día y noche su buena suerte mientras otros van camino de la cámara de gas.