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Anteayer Montenegro; ayer Kosovo; hoy Abjasia y Osetia del Sur. Mañana, Euskal Herria

Arnaldo Otegi salió ayer de la cárcel tras cumplir íntegra una condena de quince meses por loar la trayectoria política de Jose Miguel Beñaran, Argala, militante histórico de ETA asesinado por paramilitares españoles hace ahora 30 años. Quince meses en los que nadie en su sano juicio puede decir que la situación política en Euskal Herria haya mejorado en sentido alguno.

En este periodo, la cifra de presos políticos ha alcanzado cotas históricas nunca antes conocidas; la dinámica de ilegalización de partidos y movimientos y el encarcelamiento de cuadros políticos ha acelerado su marcha por encima de las normas básicas del Derecho; las torturas en comisaría se han vuelto a disparar con casos sangrantes como los de Gorka Lupiañez, Igor Portu o Mattin Sarasola, por mencionar sólo los tristemente más significativos; las opciones para retomar un proceso de resolución del conflicto se han evaporado por el momento; incluso las posibilidades de un acuerdo en términos puramente competenciales parecen más lejos que otras veces, dada la cerrazón del PSOE a acuerdos que no pasen por relevar al PNV en Lakua; en Nafarroa, la pinza entre UPN y PSN ha ahogado las falsas esperanzas de cambio creadas; por su parte, el reconocimiento de Euskal Herria por parte del Estado francés sigue pendiente; y en paralelo a todo ello, síntoma pero no causa del conflicto, ETA ha vuelto a realizar acciones armadas.

Visto todo ello, alguien podría pensar que el tiempo se ha congelado en nuestro pueblo. Pero si se levanta un poco la cabeza se verá que hay cosas que han cambiado durante el último año y medio.

Algo se mueve en Europa

Por ejemplo, hoy GARA recoge declaraciones de diferentes dirigentes vascos y españoles sobre la figura de Otegi como interlocutor político que datan de marzo de 2006. Cabe señalar que desde aquel momento hasta ahora cuatro naciones sin estado en Europa han alcanzado su meta de conseguir la independencia: la primera fue Montenegro, en mayo de 2006, como consecuencia de un largo proceso político que culminó en un referéndum realizado en los términos acordados entre las partes y bajo supervisión de entidades supraestatales como la UE y la ONU. El siguiente fue Kosovo que, a la vista de la imposibilidad de llegar a un acuerdo, en febrero de este mismo año declaró la independencia unilateralmente con el beneplácito de las potencias occidentales y la oposición de Rusia y el Estado español, entre otros. Hay que mencionar que para entonces Kosovo era independiente de facto. Por último, este mismo mes y como consecuencia de la guerra abierta y perdida por el presidente georgiano Mijail Saakhasvili, Rusia reconocía la independencia de Osetia del Sur y Abjasia, también independientes en la práctica pero hasta ese momento sin reconocimiento oficial por parte de ningún estado. Por otro lado, Eslovenia, una pequeña nación con ciertas similitudes en términos demográficos, políticos y económicos con Euskal Herria, accedía en ese periodo a la presidencia de turno de la UE.

En definitiva, la cuestión nacional es a día de hoy central en la agenda internacional. Desgraciadamente, tal y como se puede ver en el pequeño sumario hecho anteriormente, sólo en el caso montenegrino esa centralidad responde a la aceptación de la prevalencia del derecho de los pueblos a decidir su futuro sobre el statu quo.

Euskal Herria hoy

Volviendo a la situación política de Euskal Herria, en este plazo otro de los interlocutores del proceso de negociación que acabó con Otegi en la cárcel, Josu Jon Imaz, ha tenido que ceder su puesto a otro de los presentes en las reuniones de Loiola, Iñigo Urkullu. Pero en ese camino el PSOE parece haber rescindido los tratos hechos con Imaz. El zarpazo a la izquierda abertzale se ha convertido así en un abrazo del oso a los jeltzales.

El PNV está perdiendo una oportunidad clave para plantarse ante el Estado español. Tampoco tiene por qué arrepentirse o renunciar a su legado. Bastaría con que, dada la involución del Estado en todas las materias relacionadas con la aceptación de la nación vasca y su derecho a decidir su futuro, plantee que el Estado lo engañó, que no cumplió su parte y que eso le libera de una lealtad que es cada vez más claramente unidireccional. Sólo así podría salvar su legado sin hipotecar su pueblo.

La extensa entrevista con Arnaldo Otegi que GARA publicó en formato de libro, «Mañana, Euskal Herria», recoge todos esos elementos y muchos más. Independientemente de las decisiones que tome el «Gerry Adams colectivo» con el que Otegi se suele referir a la dirección de la izquierda abertzale, en ese libro aparecen los parámetros generales para entender, y por ende, poder solucionar el conflicto vasco. Pocos políticos han hecho en nuestra historia una aportación de ese calibre.

También es cierto que no todas las personas cumplen el perfil de Otegi: el equilibrio entre el compromiso y la capacidad, dotes naturales para el liderazgo sin caer en el egocentrismo y una heterodoxia que es a su vez disciplinada. Valores todos ellos que reflejan la cultura política de uno de los movimientos políticos más dinámicos y con una propuesta de contrapoder más radical de todo Europa. Un movimiento que siempre brindó negociación y al que siempre le ofrecen guerra.

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