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CRÓNICA Fiesta de Orhipean

Otsagabia retrocede en el tiempo para mostrar un día cualquiera de hace 100 años

Como si de un escenario se tratase, Otsagabia se transformó ayer para rememorar un día cualquiera de hace 100 años. Labores como lavar la ropa en el río, hacer jabón, hilar la lana o trillar fueron rescatadas por los vecinos y mostradas a los más de 2.500 visitantes que se acercaron hasta el pueblo para disfrutar de la gran vistosidad de Orhipean.

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Iñaki VIGOR

Para las 9:30 de ayer, cuando el bandeo de campanas anunciaba el comienzo de la fiesta, Otsagabia había transformado por completo su fisonomía. En las calles de este turístico pueblo, que en los meses de verano prácticamente duplica su población habitual, no se veía ni un solo coche. Los bancos habían sido tapados con helechos, las señales de tráfico, con sacos, se había puesto ropa a tender en las ventanas y se había cuidado hasta el más mínimo detalle para que la imagen del pueblo se acercase todo lo posible a la de hace cien años. A esa primera hora de la mañana, cuando todavía no había llegado la afluencia de visitantes y por el pueblo paseaban sólo vecinos, se podía apreciar y saborear mejor la esencia de esta peculiar fiesta.

Un grupo de lavanderas faenaba en el río Anduña, restregando la ropa agachadas y poniéndola a tender allí mismo. El jabón que utilizaban era de elaboración propia, como bien mostraban otras mujeres en una calle del pueblo. Eran pastillas de jabón hechas con aceites y aromatizadas con lavanda o limón, envueltas en el típico papel-cartón de antaño y que se ponían a la venta al precio de un euro.

En otra calle, otro grupo de mujeres hilaban a la antigua usanza, «axotando» lana; otras elaboraban cordeles y enlazaban bainetas o alubias verdes para su posterior secado; algunas acudían a misa con su inseparable rosario, vestidas de domingo, y la maestra mostraba cómo era la antigua escuela, con sus viejos pupitres, su mapa-mundi en forma de bola y el chinito de las misiones. Varias vecinas añadieron el conocido mapa de Euskal Herria sobre los dialectos vascos elaborado por Luis Luciano Bonaparte. En él figuraba el área de extensión del dialecto salacenco, hoy en día prácticamente extinguido, aunque las nuevas generaciones han recuperado con el euskara batua la lengua que sus antepasados hablaron durante siglos.

Mientras tanto, los hombres se dedicaban principalmente a tareas como el esquileo de ovejas con grandes tijeras, la trilla del cereal en la era, la elaboración del pan y el queso, o el matatxerri. Ellos descuartizaban el cuto y las mujeres hacían morcillas y aprovechaban hasta el último gramo de este animal, que era prácticamente imprescindible para la supervivencia de las gentes de hace un siglo. Tan imprescindibles como la caza y la pesca, que estaban representadas mediante viejas escopetas, cepos para atrapar todo tipo de alimañas y artes de pesca que utilizaban en los ríos Zatoia y Anduña para completar su alimentación.

Gran implicación vecinal

El ganado doméstico también era imprescindible, tanto para carne como para realizar las labores del campo. Una manada de yeguas sorprendió a muchos cuando atravesó al trote la calle principal de Otsagabia. Más tarde lo hizo un gran rebaño de ovejas, emulando a las que aún realizan la trashumancia a las Bardenas por las antiguas cañadas. El rebaño iba conducido por varios pastores, que no desaprovecharon la oportunidad para almorzar unas buenas migas regadas con vino de bota. Cabras, cerdos, asnos, patos y ocas completaban la variada fauna doméstica, para deleite de txikis y adultos.

Un fotógrafo mostraba con todo detalle las cámaras que servían para hacer los retratos de entonces, ajeno a las numerosas cámaras digitales que le enfocaban a él. Pero quizás los oficios que más llamaban la atención eran los de dentista y barbero, que en tiempos recaían en una misma persona. Cortarse el pelo, afeitarse o sacarse una muela eran actividades que se realizaban en el mismo local y en la misma silla.

Algunas mujeres del pueblo mostraban, orgullosas, los hermosos portales empedrados de sus casas, cuya frescura se agradecía en una jornada tan calurosa como la de ayer.

Prácticamente todo el pueblo iba ataviado a la antigua usanza, y la mayoría de las mujeres incluso con trenzas y peinados de época. En la primera edición, y con la ayuda de un costurero del pueblo, se elaboraron prendas con las telas que aportaban los propios vecinos, e incluso hubo un cursillo para marcar unas pautas a fin de orientar a la gente cómo debía vestirse, de forma que los pantalones fuesen oscuros, las camisas blancas y las ropas de las mujeres, básicamente negras.

En años sucesivos, los propios vecinos han ido elaborando o comprando sus propios vestidos de época, y el resultado es espectacular. Sólo las cámaras digitales y los relojes delatan a algunos vecinos que son de hoy y no de hace un siglo.

Gran implicación vecinal

El precedente de esta jornada se remonta a las actividades culturales que se organizaban en Otsagabia a lo largo del verano, como exposiciones, conciertos o cine al aire libre. Pero llegó un momento en que los vecinos se plantearon cambiar las formas, y se preguntaron qué podían hacer para que fuese más atractivo y los vecinos del pueblo se involucrasen en ello. Hace cinco años alguien tuvo la idea de retroceder cien años en el tiempo y mostrar cómo era un día cualquiera de hace un siglo. Las primeras reuniones en que se expuso esta idea revelaron que los vecinos de Otsagabia estaban dispuestos a volcarse para hacerla realidad. Así se creó Orhipean, jornada dedicada principalmente a mostrar los anti- guos oficios y la forma en que se trabajaba hace décadas.

El primer año los organizadores recurrieron a artesanos de fuera de Otsagabia, porque entonces todavía no tenían muy claro cómo mostrar los oficios de hace un siglo. Personas que trabajaban la forja, construían cestos o elaboraban productos de lana, entre otros muchos artesanos, acudieron en 2003 a la capital del Valle de Zaraitzu, pero sólo un año después los vecinos de Otsagabia se plantearon hacerlo ellos mismos.

Lo primero que hicieron fue tantear a la gente mayor, a ver si estaban dispuestos a mostrar cómo se vivía antaño y sacar a la calle las formas de trabajo que les servían para ganarse la vida. El éxito fue rotundo, hasta el punto de que, de los 350 habitantes que suelen vivir en Otsagabia a lo largo del año, se estima que un 90% se involucra de una u otra forma en esta fiesta, bien organizando o participando. Como pudo verse ayer, la participación abarca a todas las edades. La gente mayor es quizás la que más se implica, porque revive con ilusión una época que dejó profunda huella.

Como ejemplo, sirva la anécdota de una vecina de 85 años, que prácticamente ya no puede ni andar, y que el año pasado salió por el pueblo por su cuenta, con su aguja y su hilo, para mostrar algo que ella había hecho toda su vida y que las nuevas generaciones ya casi ni conocen. Sin necesidad de decirle que reviviera su oficio, esta mujer iba paseando calle por calle, se sentaba en los bancos y conversaba con la gente mientras hilaba casi sin mirar.

Pero en esta jornada no se implican sólo mayores, sino personas de todas las edades. Como los chavales que ayer corrían en pantalón corto por las empinadas y empedradas calles del pueblo con su rústico aro de hierro, o la criatura de apenas cinco meses que ocupaba una cuna como las que pacientemente mecían nuestras abuelas.

El reto es hacer algo nuevo

Durante este último lustro, Orhipean ha sido el nombre identificativo de la fiesta, pero este año se ha creado la asociación «Orhipean, oficios y tradiciones», de cara a tener entidad jurídica y a que los vecinos se involucren un poco más.

«Queremos que la gente se asocie y que, a medio o largo plazo, no sea sólo organizar la fiesta en sí, sino también otro tipo de actividades a lo largo de todo el año», explicaba ayer Juan Angel Contín, miembro de la organización.

A su juicio, la mayor dificultad con que se encuentran en la actualidad es la de hacer algo nuevo. Durante estos cinco años se ha mantenido una misma línea, pero, de cara a que no sea demasiado repetitivo, los impulsores de la asociación Orhipean están intentando sacar a la calle otro tipo de oficios distintos a los que ya se han mostrado en estas cinco ediciones.

De momento, ya tienen varios in mente, como hacer una cubierta de madera o cualquier otra actividad de este material tan abundante en la zona, pero resulta un poco complicado porque casi todos los vecinos ya están implicados en «sus» oficios o en labores de organización y coordinación.

Prácticamente todos los participantes en esta jornada son vecinos del pueblo, aunque también colaboran algunos de otros pueblos del valle, en especial del cercano Ezkaroze.

Hace un par de años o tres los organizadores ya intentaron hacer una jornada abierta a otros valles pirenaicos, incluso con los zuberotarras de Atarratze y Larrañe. Las dificultades para involucrar a gentes de Aezkoa o de Erronkari, así como de coordinación, hicieron desistir en la idea, lo que no impide que muchos vecinos de los valles vecinos acudan en esta jornada a Otsagabia para disfrutar de una festividad que se está consolidando como una de las más vistosas de Euskal Herria. También fue notable la presencia de visitantes de Ipar Euskal Herria e incluso de algunos artesanos de productos gastronómicos. Junto a los talos con txistorra o panceta, el queso y los patés fueron los productos más demandados, pero tampoco faltaron licores de frutos silvestres y pastas.

Como no podía ser de otra manera, la jornada finalizó bailando en la plaza del pueblo a la antigua usanza. Atrás quedaba una jornada que había tenido su preludio el día anterior con el pregón anunciador de la fiesta, seguido de la proyección de un audiovisual y la ronda copera. Gracias a Orhipean, el rico patrimonio etnográfico y cultural de Otsagabia y de Zaraitzu no sólo se ha recuperado, sino que es mostrado en vivo a numerosos visitantes.

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