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Hayao Miyazaki conmovió y convenció en Venecia con su nuevo filme de dibujos animados

El japonés Hayao Miyazaki logró ayer con dibujos animados contar una historia y conmover con ella al público de la sección a concurso de la Mostra, algo que otros directores no consiguen con actores.

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Antonio LAFUENTE | VENECIA

Miyazaki compite por el León de Oro con «Gake no Ue no Ponyo» («Ponyo on the cliff by the sea»).

La película se desarrolla en una ciudad junto al mar en la que un niño rescata a un pez rojo, al que bautizará como Ponyo. La amistad entre el niño y el pez crece hasta el punto de que Ponyo quiere ser humano.

Esa trama es el pretexto con el que Miyazaki habla, por ejemplo, de la relación entre el hombre y la naturaleza, de la necesidad del equilibrio entre ambos y de la amistad entre los niños, pero también entre los adultos.

Con sus dibujos, Miyazaki es capaz de tocar la fibra del espectador, aquella que une al adulto con el niño que fue, haciéndole recordar sus juegos, como el barco de juguete en el que siempre quiso navegar, o su amor por los animales, en aquellos que lo tuvieran.

Miyazaki explicó, tras la proyección del filme, que, para lograr su objetivo, había trabajado a mano, «porque el ordenador, incluso estando bien, debilita la fuerza del mensaje».

El cineasta japonés ya consiguió anteriormente conmover con sus historias, como «El viaje de Chihiro», que logró en 2002 el Oso de Oro en Berlín y, en 2003, el Oscar a la mejor película de animación.

Pero Miyazaki no engaña a nadie. «Ponyo Gake no Ue no Ponyo», estrenada en Japón, donde bate récords de taquilla, es una película para niños. Como pasa siempre que las películas para niños conmueven a los mayores, Miyazaki abre sin querer una pregunta acerca del grado de infantilismo de la sociedad moderna. Pero ello no resta valor a su trabajo y a la película, declarada por la crítica la mejor del festival hasta el momento.

Críticas a los filmes italianos

Si acaso, Miyazaki quita méritos al resto de directores en concurso, que, con las excepciones de Arriaga, Kitano y alguno más, no han sido capaces de tocar esas fibras y, a veces, ni siquiera de contar una historia. Éste no es el caso del italiano Pupi Avati, del que ayer se vio «Il papa di Giovana», porque sí cuenta una historia, aunque, a fuerza de querer conmover, cae de lleno en el sentimentalismo.

La cinta trata de una joven adolescente con un desequilibrio mental que mata a su mejor amiga en Bolonia, en 1938.

La película, producida por Mediaset, firma propiedad de Silvio Berlusconi, permite a Avati profundizar en la relación padre e hija, al tiempo que, sorprendentemente, redime al fascismo. Una redención que, al igual que ocurrió anteayer con «Un giorno perfetto», de Ferzan Öspetek, continuará dando argumentos a quienes han criticado el chauvinismo de esta edición de la Mostra.

La cirugía estética y la credibilidad de los actores

Un asunto que está dando problemas a las actrices italianas es el botox y las operaciones de labios, ya que no ayudan a hacer verosímiles sus papeles en películas ambientadas en épocas anteriores al estallido de la cirugía estética.

Ése no es precisamente el problema de Dominique Blanc, la actriz francesa protagonista de «L'autre», de André Rigaut y Jean Mallet, aunque su aparición en pantalla, totalmente desmejorada, dificulta también la verosimilitud de su papel. No obstante, su interpretación la ha colocado ya entre las candidatas a la Copa Volpi.

A.L.

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