Raimundo Fitero
En el convento
Protestantes, hebreos, y católicos, de cuarto en cuarto de hora, unos detrás de otros, nos van mostrando por televisión en la mañana del domingo los orígenes de algunos de los males del mundo en el que vivimos. Los veo en plataforma internacional y me asusto. Sus mensajes son arcaicos, fuera del tiempo. Sus formas son lacerantemente sinuosas para acercarse a los más despistados, aunque se debe entender que estas prestaciones de las televisiones públicas son un ejercicio de la libertad de culto, pero a la vez una muestra de la influencia de las jerarquías religiosas en el ámbito político.
En teoría estas emisiones se utilizan para convencer a los creyentes y militantes y para intentar acercar a alguien que esté buscando entre los recibos del hipotecario, el síndrome post vacacional y la ruptura sentimental un asidero. Los protestantes se presentan con un plató lleno de niños y niñas que se saben pasajes de la Biblia, se apoyan en un vídeo en el que un joven en la habitación de un hotel intenta hacerse un porro, pero no tiene papel y utiliza el excelente «papel Biblia» que encuentra en la mesilla, pero no tiene mechero y entonces lee un versículo y de ahí le llega la salvación. Excelente anuncio, tramposo como pocos, demagógico y prometedor de valores curativos a la palabra.
Los hebreos se muestra más retóricos. Un rabino y la presentadora de ojos azules sajones y el tema, el matrimonio. Uno se asusta porque utiliza el mismo lenguaje que los otros, llega a decir que es más importante la preparación que el propio matrimonio, o mejor dicho que la boda. Pues, ahora que lo pienso, sí. Al menos tiene más emociones, especialmente si eres joven y primerizo. Pero el mensaje es castrador. Me impresiona el aliño indumentario del rabino y de los anteriores pastores, perfecto, ministerial.
Llegan los católicos de Rouco, y aparecen cuatro frailes carmelitas descalzos, y nos hablan de vocación, de comunidad, de encuentro, de sacrificio, de libertad, de felicidad, de la oración como instrumento para la acción. Y termina el más joven y bello varón diciendo: «la puerta siempre está abierta». ¿Para entrar y para salir? No me veo en el convento.