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La venta ambulante por los pueblos

«Un verano en la Provenza»

El éxito de las películas de ambiente rural al otro lado de la muga se renueva con esta aproximación a la venta ambulante, con Nicolas Cazalé al volante de un camión de ultramarinos en la Provenza.

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M. INSAUSTI | DONOSTIA

La producción francófona es la que más mima el drama rural, apegada a la tradición que viene del realismo poético de Jean Renoir. Lejos de pensar que es un tipo de cine trasnochado, la vuelta al campo es presentada insistentemente como una alternativa sana a la depresiva vida de la gran ciudad. «Un verano en la Provenza» incide en la escapada al medio rural como la mejor de las terapias posibles, siempre y cuando se quiera recuperar la cercanía de las personas en medio de una soledad y una tranquilidad reparadoras. Nicolas Cazalé, que andaba y andaba en la reciente «Peregrinos» por amor, encamina sus pasos esta vez a su localidad natal, dejando atrás París y un trabajo de camarero. Allí se reencontrará con su padre, al que debe ayudar porque sufre una enfermedad que le impide realizar el acostumbrado reparto de comestibles en furgoneta por la zona, habiendo de superar para ello las diferencias existentes entre ambos.

El realizador Éric Guirado partía de un trabajo previo en reportajes televisivos sobre la venta ambulante en los pueblos del «Midi» francés. Había seguido de cerca distintos tipos de vendedores, descubriendo que en los lugares más apartados éstos, al igual que los carteros, eran las únicas personas con las que los vecinos más alejados de los centros de población tenían contacto. El protagonista descubre, conduciendo la camioneta de ultramarinos de su padre, un tipo de relaciones humanas que ni sabía que se dieran hoy día en el mundo.

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