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Raimundo Fitero

Otros adictos

Los programas de cámara al hombro, locutor metiendo las narices en los lugares aparentemente más delicados, aquellos que, en teoría, nadie debería acceder, son una plaga. «Callejeros» nos mostraron los que les dio al gana de los barrios más afectados por la pobreza y las drogas, siguieron otros con diferentes camuflajes, y ahora, no hay cadena que no tenga un programa de esta índole. Debemos recordar que los formatos son los de casi siempre, lo que hace falta es usarlos bien, y que el contenido es más importante que la forma.

La otra noche en la primera estatal ofrecieron uno dedicado a la ludopatía. Las maquinitas de bares, los casinos, los bingos, y otros asuntos que no se mencionaron pero que son, también, una sangría de dinero para algunas personas que confían en la suerte. Obviamente parece menos compulsivo rellenar una quiniela, comprar un cupón o un décimo que pasarse dos horas dándoles a las fresitas e insertando monedas, pero probablemente una cosa sea manifestación de baja intensidad y la otra en el estado más convulsivo del mismo problema.

Del reportaje, además de los casos personales que se mostraron, siempre asustan porque afecta a personas que aparentemente son normales, es decir que no tienen manifestaciones externas de sus adicciones, nos sorprendió las clínicas de rehabilitación, o al menos la mostrada, con las estrictas medidas de internamiento, de aislamiento y las revisiones constantes, y una cosa que se mostró como un suelto, como una cara no grave de la cuestión y era la de unos jugadores de póker, entre los que se encontraba la mujer de Manolo Escobar, la del carro, exactamente.

La circunstancia era que se tratan de unas timbas organizadas, donde se van eliminando los jugadores hasta que al final uno se lleva una suerte de bote, en este caso fue de siete mil cien euros. La mayoría eran jóvenes, que no llegaban a los treinta años, que acudieron a ese casino levantino desde diversos puntos peninsulares y que aseguraron, alguno, que habían abandonado la carrera universitaria o su trabajo porque ganaba con el póker entre diez y veinte mil euros al mes. ¿Un farol? ¿Nadie pierde? Sigo pensando en ello.

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