Eduardo Renobales Historiador (*)
Jagi-jagi, cuando el olvido es lo apropiado
No pretendían vivir del pueblo, sino servirle. No querían vivir de la política, sino hacer política. No ambicionaban protagonismo, sino libertad
Un 17 de septiembre de 1932 salía a la calle un nuevo periódico abertzale: «Jagi-jagi». Justo hace ahora 76 años.
Hoy hablar del movimiento Jagi-jagi y de la Federación de Mendigoxales es algo exclusivo de unos pocos iniciados y de algún despistado que se ha acercado al tema. Sin embargo, el trabajo y el legado de aquellos patriotas que sacaban su órgano informativo (trabajando sin cobrar un céntimo) entre la hostilidad del Gobierno español y el boicot de los políticamente correctos resulta fundamental para entender no sólo la postguerra, sino los 40 años de dictadura y los siguientes treinta de transición.
Su labor política fue fundamental a la hora de colaborar con la puesta al día del nacionalismo vasco y, sin embargo, actualmente los mantenemos en el más correcto olvido. ¿Por qué?
En primer lugar por su modestia. No pretendían vivir del pueblo, sino servirle. No querían vivir de la política, sino hacer política. No ambicionaban protagonismo, sino libertad. Ya entonces resultaban molestos para muchos. Hoy siguen siendo igual de incómodos para casi... los mismos muchos. Porque en la vida pública no se entiende eso de la abnegación, desprendimiento, la ausencia de interés protagonista...
Los miembros del Jagi-jagi y la Federación de Mendigoxales querían una Euskal Herria libre y más justa socialmente. Su existencia era compromiso generoso en la defensa de los derechos nacionales de la población vasca. Con sus aciertos y sus errores, con sus manías y estereotipos, trabajaban sin egoísmo partidario. Tal vez idolatraban a Sabino en demasía en algunas cuestiones, pero fueron capaces de vestir la ideología jelkide con un nuevo ropaje de progresismo social y económico del que hasta ese momento carecía. Sus raíces eran viejas y arraigadas en la tradición secular y foral vasca, pero de la mano de dirigentes de la talla de Eli Gallastegi o Trifón Etxebarria supieron entender que la lucha del obrero abertzale tenía los mismos componentes reivindicativos que la del trabajador rojo. Y dieron el paso, sin apartarse de ninguno de sus principios, de reconocer al opositor creyendo en una patria más justa, democrática y sin ataduras. Lo pretendían además sin pedir nada a cambio. Y los tenemos olvidados. No es su culpa, ellos cumplieron; en la guerra y en la resistencia. Es la nuestra, comprometidos con la comodidad de nuestra forma de vida.
(*) Eduardo Renobales es también autor de la obra inédita «Jagi-jagi, historia del independentismo vasco»