Martin Garitano Periodista
Violencia y saqueo
El régimen español -por razones obvias me resisto a llamarlo «democracia»- ha vuelto a condenar a cientos de miles de ciudadanos vascos al ostracismo político, ha determinado incautar su patrimonio colectivo y decidido repartirse las ganancias: las económicas, las políticas y las electorales.
El mismo día en que conocíamos el paripé, el mismo Régimen -unificado en sus poderes legislativo, ejecutivo y judicial en lo que a Euskal Herria se refiere- ha condenado a severas penas de prisión a destacados militantes del movimiento pro amnistía. Se pone así, con el brazo judicial como ejecutor material, fuera de circulación al independentismo político y se encarcela la solidaridad con el colectivo de prisioneros políticos más numeroso de Europa.
Hasta ahí la constatación de que las cosas siguen donde estaban y que el camino emprendido con los macrosumarios y las ilegalizaciones no ha concluido. Quedan sumarios importantes por juzgar y no cabe duda de que se abrirán nuevos procedimientos. Sólo falta saber a quién le tocará esta vez.
Y a partir de ahí quedan una reflexión y un lamento.
La reflexión nos lleva, de forma ineludible, al porqué de tamaña brutalidad y a evaluar las consecuencias de una ofensiva de este calado. El porqué está claro: un movimiento político independentista que perdura en el siglo XXI en el corazón de Europa, enraizado en una sociedad avanzada como la vasca, no puede ser erradicado sin una violencia descomunal. Lo contrario sería resignarse a que, con el tiempo, el proyecto independentista se materializara con la adhesión de la mayoría. Los que dirigen el régimen español lo saben con tanta certeza que no han dudado a la hora de emprender la campaña de violencia y saqueo a la que asistimos.
El lamento, sincero, es por la debilidad política que acreditan algunos que dicen compartir sentimiento y objetivo independentista y por el triste espectáculo que ofrecen otros en el mercadeo de euros y escaños. Todo con tal de seguir en el machito del poder delegado.
Recuerdo ahora la lucidez de Jon Idigoras cuando proclamaba la urgencia de alcanzar la independencia. ¿A dónde vas con esta gente?