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Raimundo Fitero

Sin emoción

Este año seguí la gala inaugural de la 56 edición de Zinemaldia a través de la retransmisión ofrecida por La 2 y realmente me quedé adormilado. Hacía tiempo que no se presenciaba un evento de estas características tan soso, tan insulso, tan sin alma, no se tuvo noticias ni de una pizca de emoción. El guión era tan aséptico que en casa esperábamos el corte publicitario para retomar un poco el pulso, o por los anuncios o por el uso libertario del mando a distancia. Pero acuciado por una responsabilidad sobrevenida, volvía a ese lugar de escenografía pretenciosa, insalvable desde el punto de vista de la realización y con una dupla de presentadoras que competía en asepsia, lo que provocaba, una vez más, un suerte de encefalograma televisivo súper plano.

Una pregunta silenciosa me apretaba a cada momento, si no tienen ganas, ¿por qué lo hacen? Transmitían una especie de desidia, de rutina, sin una pizca de ilusión, leyendo las fichas, y apareciendo personajes que hablaban poco, sin excesivas ganas o simplemente despistados en ese espacio tan desdibujado, pero intentando que aquello se convierta, porque sí, en la gran muestra del glamour, en un encuentro superlativo de la gran ciencia audiovisual, del cine en letras mayúsculas, con el fondo de una canción de Aute que nos recordaba que los «sueños, cine son». ¿O es al revés?

Pero lo que llegaba hasta nuestras salas de estar era algo que parecía ya visto, que no aportaba nada, que repetía nombres, aparecían caras conocidas o desconocidas, personajes de primer orden, pero no transmitían casi nada. Un acto protocolario, una manera de mostrar modelos, embarazos, maquillajes, frases hechas, y una forma muy especial de poner en órbita a San Sebastián, nunca nadie dijo Donostia ni por casualidad, porque lo que pareció claro es que el Festival se celebra en algún lugar de nuestra galaxia, y algunos invitados debían intuir que se hablaba una lengua extraña y curiosa, pero que servía de manera contumaz para deshabitarlo de cualquier noción de relación con Euskal Herria, y allí estaba Juanjo, encantado entre tanta estrella fugaz y nubarrón partidista para demostrar esta circunstancia.

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