Los cineastas japoneses son muy dados a la versatilidad y a cambiar de género con facilidad, aunque en el caso de Hirokazu Kore-eda se puede hablar de unas constantes a lo largo de su variada obra, teniendo a la muerte siempre como tema principal. Tal vez en «Maborosi», «After Life» o «Distance» fuera todavía más obvio; no tanto en «Nadie sabe» y «Hana». La cuestión es que en su última realización vuelve a hablarse de los que ya no están, con un grado de protagonismo incluso superior al de los vivos. Parece ser que «Aruitemo, aruitemo» es una obra de claro trasfondo autobiográfico, inspirada por la perdida de algunos de los seres queridos del autor. Lo curioso es que al narrar su particular obituario familiar, Kore-eda no hace sino resumir durante un corto fin de semana el significado del paso por este mundo en relación con el transcurso del tiempo, a través del recorrido existencial de los representantes de tres generaciones de un clan de Yokohama reunido para celebrar el quince aniversario del fallecimiento del primogénito.

Hirokazu Kore-eda utiliza una caligrafía formal muy cuidada, heredada conscientemente del maestro Ozu, con quien queda estilísticamente en deuda. Ahora bien, el contenido es del todo universal y hasta se podría calificar de bergmaniano. Cualquier espectador o espectadora del otro extremo del mundo se identificará con este retrato de familia, sin que cambie nada el hecho de que coman sushi o se diviertan comentando las peculiaridades de los luchadores de sumo. Los sentimientos que entran en conflicto son los mismos que salen a relucir en una comida o reunión familiar de nuestro entorno, pese a las diferencias culturales apreciables. Bajo una apariencia de tranquilidad veraniega compartiendo mesa, entre risas de niños y canciones nostálgicas, poco a poco, van surgiendo los secretos y las tensiones internas derivadas de los viejos traumas del pasado. Lo entrañable del conjunto no impide una carga dramática de fondo que deja una sensación amarga.