Estoy fascinado con la película de Fesser y con todo lo que la rodea, porque no hay nada más que entrar en los foros del Opus para comprender la magnitud del revuelo que ha armado. En la web oficial de la verdadera Alexia González Barros, la niña muerta en 1985 que está en proceso de beatificación, la familia rechaza cualquier relación con la ficción basada en su vida y la desautorizan de plano.

 

Conociendo  el poder de la Obra, no sería de extrañar que “Camino” se tope con problemas legales y denuncias varias. La influencia de los seguidores de Escrivá de Balaguer se concentra en el núcleo duro del catolicismo, que ahora cierra filas para condenar lo que ya consideran como la mayor afrenta a sus creencias y prácticas religiosas. Se sienten atacados, y con razón, en la base misma de su ideología, ya que lo que Fesser cuestiona es la santidad. Los hechos que convirtieron en mártir a Alexia se mezclan con los protagonizados por Montse Grases, otra joven que pidió ser admitida en el Opus Dei cuando agonizaba. Pero su testimonio de aceptación del dolor como vía de purificación eterna se hace extensible a las vidas ejemplares de Bernardette de Lourdes o Teresa de Lisieux.

 

Los que afirman que es inadmisible que Fesser lleve a la pantalla el milagro de Alexia por el estilo grotesco de sus anteriores realizaciones, se equivocan de lleno, visto el giro radical que ha dado a su cine en “Camino”.

 

La gran inventiva visual que posee la aplica esta vez a las secuencias oníricas, con los sueños y pesadillas de la pequeña iluminada. Lo que desaparece es su humor descacharrante, sustituido por una sutileza inteligente a la hora de ser crítico con la secta legal a la que arroja constantes cargas de profundidad.

 

Demuestra que el amor divino que predican es una perversión de los sentimientos de unas personas hacia otras, y de esta manera la niña enferma delira por un compañero de clase llamado Jesús, lo que sus secuestradores espirituales transforman en un acto de fe y de elevación a los altares.