Bielorrusia celebra elecciones legislativas entre dos fuegos
Bielorrusia celebra mañana unas elecciones legislativas marcadas por los movimientos geopolíticos tras la reciente crisis en el Cáucaso. La UE, secundada por EEUU, lanza guiños a quien hasta hace poco consideraba el «último dictador de Europa», el presidente Alexandre Lukashenko. Rusia presiona, pero con sumo tacto, a Minsk con su dependencia energética.
Dabid LAZKANOITURBURU |
La Unión Europea ha prometido al Gobierno de Minsk el final de las sanciones y una ayuda financiera si esta república ex soviética «muestra progresos democráticos en su escrutinio», un mensaje que EEUU se ha apresurado a hacer suyo.
País a caballo entre los dominios de la UE y Rusia, Bielorrusia (Rusia Blanca) mantiene relaciones estratégicas aunque no totalmente subordinadas -como se ha querido hacer creer desde Occidente- con el vecino ruso. Aunque su economía está muy vinculada a la de Rusia -su dependencia energética es total-, la diplomacia comunitaria ha descubierto ahora, mientras resuenan las réplicas tras el seísmo en Georgia, que las relaciones entre las dos ex repúblicas soviéticas atraviesan cierta crisis desde hace dos años.
El Kremlin muestra estas semanas una impaciencia apenas disimulada para que Minsk le siga el paso y reconozca a Abjasia y Osetia del Sur.
«Los bielorrusos sufren una enorme presión. Rusia amenaza con venderles su gas a precio de mercado si no lo hacen», asegura un diplomático en Bruselas.
No es la única. En este contexto, la UE cree tener una carta en la manga para contrarrestar la influencia rusa. No faltan analistas que aseguran que la Guerra de los Cinco Días le abriría posibilidades inéditas hasta ahora en las repúblicas ex-soviéticas, que habrían descubierto en carne georgiana su eventual vulnerabilidad ante el «gran hermano» ruso.
Destacado silencio
A Occidente no le ha pasado desapercibido el extraño silencio mantenido por el presidente bielorruso, Alexandre Lukashenko, durante la crisis. «No hay duda de que teme que Rusia aumente su poder de influencia en Bielorrusia apropiándose de los activos económicos claves del país». El Gobierno de Minsk ha anunciado su intención de privatizar medio millar de industrias estatales. La oposición pro-occidental advierte de que podrían parar en manos rusas.
Por su parte, la UE se frota las manos ante la necesidad de inversiones extranjeras, en particular europeas, para Bielorrusia y sus planes de «modernización» económica conjugados con el mantenimiento de un nivel de protección social.
Rusia juega también sus cartas, concretamente energéticas. Y es que Bielorrusia depende absolutamente de los suministros -y por lo tanto de los precios- del petróleo y el gas rusos.
Con todo, el Gobierno de Lukashenko, en el poder los últimos 14 años, tiene su propio margen de maniobra. Rusia es consciente de que una excesiva presión contra Minsk podría desembocar en el final de la era Lukashenko y, a la postre, en la llegada al poder de una oposición pro-occidental que apuesta por la entrada en la OTAN y en la UE, como la Georgia de Saakashvili y la Ucrania de Yushenko. Y Occidente está dispuesto a perdonar al «último dictador de Europa» a cambio de vengarse de Rusia por su derrota estratégica en el Cáucaso.
En una reciente recepción a embajadores de países de la UE, Lukashenko defendió el desarrollo de las relaciones bilaterales pero «desde el respeto a nuestros intereses, a nuestra soberanía y a nuestras particularidades nacionales».
Reelegido presidente de Bielorrusia en 2006 con el 83% de los sufragios, hasta los más acérrimos enemigos de Lukashenko, que denuncian «pucherazos» en todas las elecciones, reconocen que cuenta con una popularidad de entre el 55 y el 60% entre el electorado bielorruso. El presidente espera que los grupos políticos que le apoyan mantengan su actual mayoría en el Parlamento.
En plena descomposición de la URSS, Bielorrusia no se sumó a la fiebre privatizadora en Rusia y mantuvo un sistema de provisión social y de economía estatal heredado de la época soviética.
La oposición, liderada por Alexandre Milinketvich, ha pedido a la UE que mantenga su estrategia de no validar los comicios.
Fracasados los intentos de exportar a Bielorrusia las «revoluciones coloristas» en la vecina Ucrania y en Georgia, Occidente parece fiar su suerte a largo plazo, concretamente al relevo generacional y a la desaparición física de la base electoral de Lukashenko, jubilados y veteranos de guerra.GARA