Crisis financiera
Las negociaciones a contrarreloj y otra quiebra no calman los temores
El hundimiento de Washington Mutual (WaMu), la mayor entidad de ahorro de EEUU con más de 140.000 millones de dólares, la oposición del ala más liberal del partido republicano al preacuerdo logrado horas antes en el plan de rescate de la banca y nuevas inyecciones multimillonarias mostraron ayer la gravedad de la crisis. Una nueva alocución de Bush dio paso a una negociación a contrarreloj para sacar adelante el plan antes de la apertura de los mercados.
GARA | WASHINGTON
El optimismo con el que se saludó el preacuerdo alcanzado a última hora del jueves por sendas delegaciones de legisladores demócratas y republicanos sobre el plan de rescate de la banca se tornó, a primeras horas de ayer, en desesperanza y urgencia.
La oposición del ala más neoliberal del partido republicano a la intervención del Estado y el hundimiento de Washington Mutual (WaMu) convulsionaron nuevamente un escenario financiero que requirió de nuevas inyecciones multimillonarias que no lograron calmar las bolsas y que en Wall Street se saldaron con el descalabro de las acciones de Wachovia, cuarto banco de EEUU, y National City.
WaMu es la última gran firma estadounidense que sucumbe en escasas dos semanas, después de la quiebra de Lehman Brothers, Merrill Lynch y la aseguradora AIG. Protagoniza, además, el mayor hundimiento de una entidad financiera en la historia de EEUU, lo que le convierte en todo un símbolo de los excesos del boom inmobiliario de los últimos años.
El Gobierno estadounidense, en lo que supone la mayor intervención de un banco hasta ahora, tomó el control de la entidad, que atesora 307.000 millones de dólares en activos, y acordó una venta de urgencia a JP Morgan. Este banco ya «rescató» a Bear Stearns en marzo, estuvo presente en la liquidación de Lehman Brothers y ahora compra WaMu, depositario del dinero de millones de ciudadanos, por 1.900 millones.
La toma de Washington Mutual, que tiene su sede en Seattle, es la última de una serie de intervenciones del Estado en entidades financieras del país que se han visto abocadas a la bancarrota por su enorme exposición a los activos «tóxicos» relacionados con el derrumbe del mercado hipotecario.
El rescate de esos activos es el objeto del paquete de medidas de 700.000 millones de dólares presentado por el secretario del Tesoro de EEUU, Henry Paulson, y que el Congreso negociaba anoche contrarreloj para intentar su aprobación antes de que los mercados abran sus puertas el lunes.
Plan «sustancial»
El preacuerdo alcanzado a última hora del jueves se convirtió en papel mojado poco después por la oposición de un sector republicano, que dejó claro su rechazo porque una intervención de tal magnitud choca con su creencia en el libre mercado.
Los republicanos de la Cámara Baja pusieron sobre la mesa un plan totalmente diferente, que proponía que el Gobierno ofrezca seguros a los bancos sobre la deuda de mala calidad, en lugar de comprarla directamente. La oposición de este grupo llevó al fracaso a la reunión sin precedentes que convocó Bush en la Casa Blanca con los dos candidatos a sucederle, Barack Obama y John McCain, y con líderes de los dos partidos.
El líder de la mayoría demócrata del Senado, Harry Reid, atribuyó parte de la responsabilidad al candidato presidencial republicano, John McCain. Aseguró que el principio de acuerdo «se desmoronó totalmente» tras la llegada de McCain a Washington.
Poco después, en una nueva alocución desde la Casa Blanca, Bush afirmó que habrá un plan «sustancial» pese a los desacuerdos. «No hay desacuerdo sobre el hecho de que se debe hacer algo sustancial».
Anoche continuaban las negociaciones en el Congreso. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, subrayó ayer que «el acuerdo tiene que alcanzarse» y aseguró que espera que se produzca «en las próximas 24 horas».
La portavoz de la Casa Blanca, Dana Perino, manifestó que lo ideal sería lograr un acuerdo antes de que los mercados de Wall Street abran sus puertas el próximo lunes.
Los costes fiscales netos asociados a crisis bancarias suponen como media un 13,3% del Producto Interior Bruto (PIB), según un informe dado a conocer ayer, que revela que la crisis actual en EEUU «ni es única ni sin precedentes». El estudio está elaborado a partir de uno más amplio del FMI por Merrill Lynch, víctima de la crisis al verse abocado a su compra por Bank of America. Una de las conclusiones extraídas del análisis de 124 crisis bancarias en los últimos 27 años es lo que los costes fiscales van a ser probablemente «sustanciales». Es «muy poco probable» que un gobierno obtenga beneficios de un programa de recapitalización y «la tasa de recuperación media es sólo del 18% de los costes fiscales brutos».
El Fondo Monetario Internacional (FMI) cree que Europa debe prepararse ante los efectos nocivos de una crisis financiera global y le urge a que prepare planes de contingencia basándose en «el peor de los escenarios». «El problema podría ser menos severo en Europa, pero por ello no debe ser autocomplaciente y debería estar preparada para el peor de los escenarios», dijo el director del departamento para Europa del FMI, Alessandro Leipold. También destacó que el Estado español atraviesa una situación económica muy difícil. El ejecutivo español se resiste a hablar de crisis y asegura que se enfrenta a un «frenazo» de la actividad económica. Ayer, el Consejo de Ministros aprobó el proyecto de presupuesto, en el que se recorta aún más el gasto público. Anuncia dos años de déficit público. También París presentó su proyecto de presupuestos, en el que abandona el objetivo de reducir el déficit público.
El mayor beneficio posible en el menor tiempo posible, la máxima capitalista llevada a su máxima expresión y con un elevado riesgo es el fundamento de la banca de inversión, un tipo de entidad al que la crisis financiera obligará a grandes cambios o a desaparecer. La transformación de Goldman Sachs y Morgan Stanley en bancos comerciales es el último ejemplo y supone la extinción de la especie formada por los grandes bancos de inversión independientes, así como el cierre definitivo a un modelo de negocio que ha definido Wall Street durante décadas.
Su origen se encuentra en otra gran crisis. La del 1930, en la que el Gobierno de Estados Unidos, bajo la presidencia de Franklyn Delano Roosvelt, quiso alejar a la banca de los grandes riesgos, para lo que promulgó una ley que separaba la banca de inversión de la banca comercial. Tras el crack, se trataba de proteger a los bancos comerciales del riesgo de la especulación salvaje de las bolsas. Curiosamente, ahora los fallidos bancos de inversión vuelven a la banca comercial al ser comprados por ésta o convertirse en parte de la misma.
La banca comercial se dedica a la actividad más habitual de conceder préstamos a clientes, particulares o empresas, y ofrecer depósitos para sus ahorros.
Pero la banca de inversión se fundamenta en elaborar complejos productos para que fondos de inversión y otros clientes obtengan el máximo beneficio en los mercados de valores en el menor tiempo posible. También asesoran y gestionan inversiones y coordinan fusiones de empresas. Este objetivo les lleva a asumir riesgos extremos. Mientras todo va bien, el dinero entra a chorros y la complejidad de los productos que se ofrecen va aumentando hasta hacerlos difícilmente controlables.
Es lo que ha ocurrido con la actual crisis. Los bajos tipos de interés que mantuvo la Reserva Federal de Estados Unidos alentaron el endeudamiento. Las entidades financieras comerciales se lanzaron al negocio hipotecario sin freno. Cada vez mayor volumen de hipotecas y cada vez con mayores riesgos de que no pudieran pagarse. El papel de la banca de inversión fue comprar esa deuda, transformar estas «hipotecas basura», subdividirlas en paquetes de inversión y venderlas como títulos en el mercado en función del riesgo en esas operaciones de ingeniería financiera en la que están especializadas.
Cuando empiezan los problemas para pagar esas hipotecas, el valor de estos activos va cayendo y el banco debe pagarlos más caros, hasta el punto de que con el estallido de la burbuja inmobiliaria, ni las ganancias del resto de su actividad llegan para cubrir ese agujero.
Las agencias de calificación fueron cómplices al no bajar la calificación de estos bancos hasta que la quiebra estaba a la vista. La SEC -Comisión del Mercado de Valores- ha determinado que incumplieron la normas en beneficio propio, ya que colaboraban con los bancos para colocar en el mercado esos créditos hipotecarios garantizando una buena calificación para venderlos mejor. Pero la SEC tampoco dijo nada y la Fed apoyaba la fiesta con sus tipos bajos.
Pero no solamente quiebran los bancos de inversión que manejan los fondos de terceros, sino aquellos cuyos fondos son manejados. Ahora, el plan del Gobierno de Estados Unidos para rescatar el sector prevé poner en el mercado de nuevo estos títulos pero ya nadie sabe cuánto valen. Curiosamente, el secretario del Tesoro, Henry Paulson, será quien maneje el fondo público para rescatar esos «activos tóxicos». Paulson fue presidente ejecutivo del banco de inversión Goldman Sachs por lo que la intervención parece tener cierto interés personal.
Tras los años de éxitos llega la caída. Lehman Brothers fue batiendo todos sus récords de beneficios entre 2004 y 2006. Incluso en 2007 fue declarada como «la entidad financiera más respetada del mundo». Pero ese año estalla la burbuja y se ve obligada a desprenderse de los créditos hipotecarios de alto riesgo; en enero del resto y acaba declarándose en quiebra tras 158 años de actividad. En este caso, el Gobierno de Estados Unidos no intervino para rescatarlo, al contrario que con Bear Stearns o las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac.
De los cinco bancos de inversión que existían antes de la crisis, Bear Stearns es adquirido por JP Morgan, el banco más famoso y con más historia de Estados Unidos, tras la intervención pública; Merril Lynch pasa a ser propiedad de Bank of America. Sólo quedaban Morgan Stanley y Goldman Sachs. Antes de su caída, Washington los convierte en banca comercial saltándose incluso la legislación que se aplica en estos casos.
Es evidente que, tras haber llevado el sistema al borde del colapso, la banca de inversión no puede ser la misma. La receta que las instituciones aplican ahora -que no para prevenir la crisis- es mayor control, más transparencia y supervisión, admitiendo incluso la intervención estatal. El propio presidente de la Comisión del Mercado de Valores de EEUU (SEC), -institución que ha asistido complaciente a la jungla de especulación- Chris Cox, ha pedido al Congreso que regule el mercado de seguros de deuda (credit default swap, CDS), sistemas de coberturas de inversiones ante posibles impagos de las emisiones de deuda. En su opinión, constituyen un «agujero sin control».
Pero el control supone menos riesgo y, por tanto, menos beneficios. Mientras la amenaza de crisis global se mantenga podrá extenderse la supervisión de las actividades de inversión. Pero la memoria es corta De hecho, la crisis de la década de los 80 obligó al Estado a intervenir en Estados Unidos para garantizar los depósitos bancarios en una actuación muy similar a la actual. Los sueldos de los directivos siguen ligados a resultados a corto plazo, con lo que solamente es cuestión de tiempo que se relaje la preocupación actual. La avaricia que mueve el sistema permanece.